I worship music
as moon lakes reveal
I breathe the forest wind
by the time after rains
please
always you
you
I
you
“Mi tercera máxima fue procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo, y generalmente acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros propios pensamientos, de suerte que después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en lo tocante a las cosas exteriores, todo lo que falla en el éxito es para nosotros absolutamente imposible.
In the field of psychology, cognitive dissonance is the mental discomfort (psychological stress) experienced by a person who simultaneously holds two or more contradictory beliefs, ideas, or values. The occurrence of cognitive dissonance is a consequence of a person performing an action that contradicts personal beliefs, ideals, and values; and also occurs when confronted with new information that contradicts said beliefs, ideals, and values.
— Cognitive dissonance: Wikipedia, the free encyclopedia. Retrieved from https://en.m.wikipedia.org/wiki/Cognitive_dissonance, Aug 4, 2018.
Mi propia reacción a los más recientes avances en parametrizar la ecuación de Drake y poner fin a la paradoja de Fermi puede ser ilustrada, irónicamente, con un par de pasajes de una novela de ciencia ficción con colonias humanas en otros planetas:
“In the beginning was the Word. Then came the fucking word processor. Then came the thought processor. Then came the death of literature. And so it goes.”
― Martin Silenus (Dan Simmons): Hyperion (1989).
“[…] posteriormente trepé a uno de los picachos del territorio loba, más adentro, para no perderme esa visión del poderoso Brahmaputra. También desde un poco más arriba del pueblo pude contemplar a mi gusto el Tíbet al Nordeste y al Oeste, mientras al Sur tenía todo el Mustang a mis pies. Su territorio parecía un océano de olas retorcidas y atormentadas, un mar fosilizado derramándose entre dos cordilleras, y terminando junto a las islas, blancas de nieve, del Annapurna y el Dhaulagiri, que se alzaba al Sur. Casi cien kilómetros me separaban de aquellas cimas, que parecían estar allá abajo mismo; tuve la sensación, que nunca había sentido antes, de hallarme en pie sobre el mundo entero, la mitad del cual bajaba a mis espaldas hacia el Tíbet y Mongolia, mientras que la otra mitad se extendía ante mí, descendiendo en dirección a la India y a un universo tropical. Si de verdad el mundo tenía techo, sin duda era éste. Ciertamente, había encontrado el “horizonte perdido”, un pequeño mundo recluido y oculto en una de las zonas más inaccesibles de nuestro planeta.