Hace unos años llegó a mis manos un iMac de 2008 bastante hecho polvo. Tenía la última versión del OS en el momento, que era Yosemite, un pixel muerto que nunca conseguí arreglar, y bastante camino recorrido porque había pasado por las manos de hasta dos personas más. Me propuse darle una segunda vida como tiesto donde hacer dibujos y trabajar sentado en un sitio fijo, allá por 2017-2019. Y la verdad es que cumplió. Conseguí traérmelo desde Barcelona sin que sufriese ningún desperfecto, y estuvo toda la pandemia en una esquina.
En 2021, tras rescatar un par de ellos más (conseguí otro de 2004 con un clon del HDD, literalmente la copia de seguridad más bruta que he tenido de algo) y algunos periféricos (como un teclado de 2003 que estuvo funcionando hasta el año pasado), supe que me gustaría que uno de mis hobbies fuese recuperar y reutilizar productos de Apple del cambio y primera década de milenio, épocas en las que me hubiese gustado mucho tener uno.
Esto último lo sé porque recuerdo que una de las primeras cosas que hice con mi primer ordenador propio fuese destrozar la instalación del XP a base de meterle Bricopacks y programas de skins que le cambiaban la interfaz para parecerse a los ordenadores que yo veía en series como Smallville o Kyle XY. Sin saber siquiera lo que era Apple. En mi casa nunca se fue particularmente curioso por la informática, y en la zona de España de la que soy tampoco es que abundasen estos aparatos. El caso, que con los años he ido echando las manos a algún que otro cada vez que he podido. Y ha sido una experiencia muy curiosa y gratificante.
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