Empecemos diciendo las cosas claras: yo no soy una mujer así que qué sabré yo de muchos temas de aquí hoy. Nací, he sido socializado, y me identifico como hombre. Tengo sesgos latentes, como cualquiera criado en sociedad, pero hay que trabajar por despojarse de los mismos. Por eso hago disclaimer de que hoy toco varios temas de los que me es imposible llegar a conocer y entender a tanta profundidad y niveles como ellas. Pero lo haré de la forma más comprensiva, respetuosa, y partidaria posible.
Sigamos diciendo más cosas claras: Japón no es el país en cuya producción cultural uno piensa de primeras cuando se busca ejemplificar valores feministas. Allí se combinaron costumbres austeras de feudalismo insular heteropatriarcal junto con el milagro económico y ocupación estadounidense, una lumbre perfecta para un caldo de consumismo misógino aparentemente inagotable. Día sí y día también se aprueban, lanzan, emiten, y comentan decenas de capítulos de manga y anime con ideas férreas y cuadriculadas de lo que tiene que ser una mujer, de los rasgos que se consideran deseables, de lo que es moralmente correcto y lo que no. Ya sean shonens, shojos, historias de aventura, de fantasía, de drama, de ciencia ficción, de comedia. Nada se salva.
Por eso extraña encontrar mangas que subvierten esto desde sus cimientos y a un nivel de comentario elevado. Por eso extraña más aún que venga de la mano de un autor, y no autora. Pero igualmente aquí estamos hoy, hablando de Claymore.
(¡se avecinan spoilers!)
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