El ser humano es un ser vivo. Una de las muchas y muy distintas especies que pueblan la Tierra. Eso es innegable, es parte de nuestra naturaleza, de nosotros mismos. Pero también es igual de innegable algo que nos hace ser tan humanos como el ser organismos vivos: somos conscientes de que existimos, del entorno que nos rodea, de aprender y transmitir lo que aprendemos. En otras palabras, somos los -por ahora únicos demostrados empíricamente- artífices de un nuevo escalafón en la historia evolutiva de nuestro Universo, la dimensión cultural, humanística.
En ella, la inmensa mayoría de conocimientos que tenemos sobre el mundo natural que nos rodea no tienen uso, cabida, interpretación o analogía. Más aún, muchos de nuestros fallos en los avances de la ciencia surgen de nuestro “antropocentrismo” al concebir las cosas y querer explicarlas o comprenderlas.
El ejemplo que hoy quiero abarcar no es muy abstracto ni profundo, lo vivimos día a día en nuestras carnes, a nuestra manera -como se entenderá más adelante- y, como seres vivos, lo vivimos como especie en nuestras propias carnes generación tras generación -o deberíamos-. Con ello me estoy refiriendo a la evolución. La misma que, en teoría, es responsable del auge de nuevas especies frente a la desaparición de otras, en un ciclo armonioso y difícilmente concebible en su totalidad. Y digo en teoría porque nuestra parte humanística se escindió totalmente de lo que hoy entendemos por selección natural, de ahí que, en nuestros ámbitos personales, culturales y meramente humanos, verdaderamente poco se distingue entre más y menos aptos, como bien supo ver Darwin. Nosotros, como seres humanos, somos capaces de adaptarnos y cambiar para con nuestras circunstancias. Eso es un anquilosado concepto lamarckiano de la evolución, el tópico “esfuerzo voluntarioso de los seres vivos para adaptarse”. Concepto que, por definición, no concuerda con las ideas de la selección natural y la esencia neodarwinista que sí que rige a los seres vivos “sens strictum“. Es curioso, cuanto menos curioso, que tengamos un microuniverso humanístico regido por nuestras propias leyes dentro del actual universo natural en el que vivimos.
Sería razonable pensar, entonces, que posiblemente de la divergencia y confusión entre “mundo biológico” y “mundo humanístico” surjan el 99% de los dilemas de las personas. Como, por ejemplo, la falta de estoicismo, sentimientos de responsabilidad insensata, lamentos por pérdidas, falta de comprensión, ética…
Quizá con un ejemplo se entendiera mejor. Supongamos el caso de un inadaptado académico o social. Según la selección natural, ese individuo “moriría”, por ser inviable, y dejaría paso a otros mejor dotados, más aptos, que en el caso que nos ocupa entendemos que darían lugar a los mejores frutos nunca antes alcanzados por la sociedad. Pero la verdad es que no es así en absoluto. Eventualmente esa persona, en su empeño y esfuerzo por sobrevivir, mejoraría sus capacidades por sí mismo (por voluntad propia) y aprovecharía las oportunidades (por voluntad ajena), algo que los seres vivos no hacen para nada en la evolución. Un suceso similar pero anterior en el tiempo también ilustra honrosamente la idea que intento transmitir: se han descubierto yacimientos de los neandertales, antes creídos homínidos grotescos y poco civilizados, en los que había cadáveres de ancianos y deficientes, que no habrían salido adelante en el desamparo de la evolución de no haber sido por la asistencia de sus congéneres, que ya verdaderamete mostraban señales de conducta comunitaria y civilizada. En contraposición, los seres vivos “no autoconcientes” (por llamarlos de algún modo) son agentes pasivos de la evolución, se ven sometidos al cambio natamente, no por su propia voluntad.
Nosotros, por supuesto, tampoco somos así. No al menos en nuestros asuntos de la vida humana racional. Y como estamos a caballo entre raciocinio autoconsciente y naturaleza, no comprendemos bien ninguno de los dos ámbitos, o al menos mezclamos conceptos provenientes y aplicables a cosas diferentes. Nuestros derechos y creencias humanas como la igualdad compiten con la cosmomecánica de nuestra dimensión natural, lo cual es curioso, como ya dije antes. Curioso porque problemas como la superpoblación mundial, la falta de recursos y las fronteras éticas, entre otros diversos ejemplos, no serían más que reflejos de nuestra falta de entendimiento, no entre nosotros, sino con nosotros mismos y la tierra que pisamos, el aire que respiramos y el cielo que admiramos y bajo el que dormimos. No culpo activamente, por supuesto, a nuestra condición humana por todo ello. Somos (soy) así leñe, es lo que nos ha tocado.
Lo que sí espero es que este asunto tan antiguo como nuestro propio cerebro vaya esclareciéndose con el paso del tiempo. De los años. De los siglos.
Antes de nada, siento haber tardado tanto en poder leerlo. Ya sabes que Patología, Fisiología y toda la prole me han quitado mucho tiempo.
Pasemos a lo interesante. En sí el artículo me ha gustado. Su forma es buena, adecuada y me ha recordado al estilo de blogs de opinión científica bastante conocidos. Ese planteamiento de un problema entre nuestra naturaleza biológica y nuestra naturaleza racional resulta muy interesante, y he de concretar que estoy de acuerdo con tu opinión acerca del mismo.
Me gustaría si bien puntualizar que nuestro sistema humano, regido por nuestra propia dimensión que el resto de animales carecen -o al menos no la tienen tan desarrollada como nosotros- ha desembocado, en ciertos aspectos, en una especie de darwinismo social. Por poner un ejemplo sencillo, ahora no te contratan por tener más velocidad o mejor puntería, sino por tener más carreras o estudios, y por ser hijo de tal o cual, algo propio de nuestro sistema, y que actúa también basándose en la superioridad de los que se adaptan. Si tienes más carreras, tienes más posibilidades, y si no, te quedas sin trabajo y la sociedad casi que se olvida de ti, a grandes rasgos.
En fin, que parece que por mucho que desarrollemos nuestra dimensión, aún no logramos escapar del todo de ese darwinismo imperante en la naturaleza de los no-conscientes. Dios quiera que sí en un futuro.