思い出

Hace un año que viajé a Japón.

Hace un año que la vida me dijo que era posible cumplir sueños que parecían imposibles. De aquel entonces guardo un montón de buenos recuerdos y experiencias. Y después de haber ido allí y haber visto lo que la gente suele ver solo me queda decir una cosa: quedaos con Tokyo, Kyoto, Hiroshima, Osaka y Kobe, quedaos con el fujiminari, las torres gigantes, las mega tiendas de akihabara.

Quedaos con eso y dejadme a mí el campo. Dejadme las rutas, los pueblitos, los convenience stores, el ramen por 800¥ (6€), el sushi inmejorable, los onsen. Los templos (pero los abandonados o los que están en pueblitos), los insectos gigantes, los trenes a través de los campos de arroz. Los karaokes. Los paseos siguiendo la orilla del río viendo entrenar a un equipito de béisbol.

El aire. La humedad. La lluvia. El tacto de un tatami. El té recién hervido. El comfort de una mesa baja. El sonidito de la máquina de cocer arroz. El furikake. El dashi. Las aletas de manta raya fritas. Los dorayakis de anko y castañas. Los onigiris. La universidad de allí.

Japón me enseñó que es posible una vida en la que te dan la bienvenida todas esas cosas que has añorado sin haberlas vivido nunca.

Gracias a Japón, a Hiroshi, a Takaaki, a Arisa, Kazusa, Kaho, Mitsu, Katsu, Seitaro, Aizawa Sensei, y a todos los que lo hicieron posible.

Volveré. Juro que volveré.

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