Hace unos meses di con una de las últimas pocas cosas que Twitter me supo aportar: un artículo de investigación (o “paper”, como los llamamos los académicos) que intentaba responder por qué a las personas nos gustan los mundos imaginarios de fantasía, que NO existen, e incluso los preferimos a la ficción que transcurre en el mundo real, que SÍ existe. Suena interesante, ¿verdad? ¿Hay algún componente o razón biológica, neurológica, evolutiva, o psicológica, para que una de las características del ser humano sea crear mundos totalmente imaginarios y contar historias que transcurren en los mismos?
Me gustó mucho dar con este paper (varios, de hecho!) porque no es común ver a la crítica literaria o los círculos académicos tratando la literatura fantástica como un algo serio, y porque la ficción/fantasía es material perfecto para una investigación desde una perspectiva combinada de neurofisiología, biología evolutiva, psicología y filosofía. Es de esas cosas que están en la intersección de lo que nos hace ser como somos y que tienen un alto componente de abstracción y de impacto cultural en tiempo real.
Tan pocas veces veo trabajos así, y tanto me llamó la idea, que me puse a leer y mirar… y ya no estoy seguro de si me alegré de hacerlo.
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