Vengo de un lugar donde el cielo es más azul, pero nadie lo sabe o a nadie le importa.
Ahora vivo en una tierra donde no se habla del atardecer, donde nadie imagina cómo refleja el astro los rayos en el agua, y de cómo esto es característico de un momento del día. Nadie ha soñado con saber dónde acaba el reinado del disco. Ni dónde empiezan otras cosas. Nadie ha pedido a nadie a la luz de estos destellos. Nadie ha tenido la suerte de concebir lo que en otros está ya más que curtido, arremolinado en la piel tostada.
Por eso me dedico a escribir cartas, para hablarles a otros de lo que aquí existe. Y éstos me devuelven noticias. Unos me hablan de las noches de verano, con brisas de marismas y humedad que regocijan el ánimo tras jornadas de calima. De cómo, en otras épocas, la luna se asomaba sobre las copas de los pinos y reinaba en las llanuras. Otros me cuentan que existen cánticos y tonalidades que hablan de planicies, de yermos escarlatas con inviernos de aire gélido en los que brilla el Sol, en una mezcla en la que nadie sabe dónde acaba la marisma y dónde comienza la tundra.
Aquí es difícil ver a los jóvenes buscando la sombra en mitad de la tarde. Es más difícil aún ver a los mayores queriendo hacer lo que los jóvenes, como si en cierto modo la sabiduría del vivir tenga su raíz en el cobijarse a la fresca. Aquí no hay tiempo para eso. El tiempo vuela, y así vuelan, literalmente, los que lo dejan escapar. Y para escapar ellos, al peregrinaje que se arrojan. En la tierra de donde vengo se estila distinto.
Los unos pasan por tantas cosas como otros, pero no subyugan su existencia a la búsqueda activa de estímulos que le hagan sentir las penas lejos. Qué va. El cuerpo se le hace a uno. Reescribe memorias en los mismos sitios. Se reencuentra con sus fantasmas. Quizá porque incluso vivan en la misma calle. Si acaso, entre charlas bajo eucaliptos y retamas, quizá osen con poner en palabras cosas que quedan Allá Arriba, en un intento de comulgar con lo que trasciende. De ahí a lo mejor parte de nuestra pasión y alegría. Lo que de Arriba viene, Arriba lo reclama. Si algo no ha pasado es porque No Ha Querido. En sus viajes y desvivires, los que aquí moran buscan remanso, paz, introspección, y muchas otras cosas que nosotros no sabíamos que tenían nombre, pero que eran de nuestro conocimiento. ¿Acaso nos hace necios? Sé de alguien que no pensaba así.
Quizá alcancen un plano diferente, quizá aprendan a mover montañas y ríos. A construir grandes cosas. Quizá, en el sitio donde estoy ahora ellos recorran más mundo, y lleguen más lejos. Pero pongo la mano en el fuego por decir que lo que hacemos nosotros, aun cuando más humilde, lo hemos hecho desde siempre, en sueño, sin saberlo o habiéndolo olvidado. Hacemos un legado que crece lento, que se entremezcla con la arcilla y caliza de este suelo, y perdura desde la eternidad.