Introducción
En 2013, Vektroid (una de las artistas más conocidas e importantes del Vaporwave) nos trajo un par de álbumes bajo el nombre de ‘PrismCorp Virtual Enterprises’, uno de sus numerosos pseudo-pseudónimos. En Home(TM) y Clearskies(TM), casi cualquier pieza se cataloga más o menos bien en una de tres etiquetas: una pista MIDI, un remix de smooth jazz, o un cut-loop de música de anuncios. Nada extraño, pues aquí encajan buena parte de las discografías de otros gigantes como ECO VIRTUAL.
Como en entradas previas, invito a recordar que las (muchas) influencias del VW (y de cualquier movimiento artístico) jamás escapan a un contexto. Musicalmente hablando, los MIDIS de smooth jazz y la “música de ascensor” fueron parte de lo primero que se produjo masivamente con la llegada de la música digital, y como tal tiene mucho peso para el género. La llegada de instrumentos como el sintetizador, el moog, o la mesa de mezclas, permite por vez primera una auténtica atomización de la música: ahora es posible aislar, curar sonidos independientes o muestras que se interlazan y conjuntamente sirven para crear música nueva en forma de “maquetas”. Esta cirugía y molecularización, llevada al extremo experimental, nos trajo otras tantas cosas buenas como el microsound, el glitch, el minimal o el plunderphonics, que buscaba hacer cosas nuevas con el sonido que ya existe (como se aprecia el artículo de Christian de Diskont94, de Oval). Y cerrando el círculo, hemos sido testigos de cómo estos efectos se acabaron incorporando en el VW como herramientas para generar una sensación de viejo, olvidado y nostalgia, a través de glitching, cut&scratching, y filtros de ecualización que le dan el grano o toque de lo-fi. Hasta aquí nada nuevo.
Pero las conexiones van más allá de la técnica musical. Hay un género cuya conexion con el VW es especialmente importante para el tema de hoy, en particular por el contexto en el que se escuchaba: el Muzak. Definido rápido, así se denominan a esas “canciones de stock” que suenan en anuncios o vídeos corporativos, que buscan proporcionar un estímulo o impresión subconsciente de “progreso” sin distraer al oyente. Canciones que todos hemos oído en la televisión, y canciones como las que abundan en los albumes mencionados arriba. Esta mezcla de optimismo, productividad y recreación es uno de los ‘pilares’ emocionales del Vaporwave, chiste de columnas y mármol aparte. Aquí es clave el paper de Karla Zavala (que usaré en estas entradas como referente) al poner nuestra atención en un hecho: si el vaporwave hace esto con el Muzak (se apropia de él), podemos empezar a desgranar la naturaleza y el trasfondo de esta apropiación mediante la exposición y la explicación de sus diferencias. Es decir: el Muzak nació en el contexto de aquel entonces con una finalidad clara. El vaporwave viene después, y explota y retuerce ese concepto en compañía de otros tantos elementos, sin una necesidad explícita de llenar el nicho de productividad que ocupa el Muzak original. Así, este acto de “apropiación” tiene una intención de estetización y profanación simultánea.
Y por cierto, siguiendo con el chiste del pilar y hablando de mármol y esculturas: igual que el material que construye el vaporwave a nivel musical no surge en un vacío (con influencias de otros géneros, con un soporte digital y social, …), su material estético o “paratexto” tampoco surge en un vacío. Así que lo mismo podemos decir de su uso excesivo de iconografía de los 80-90: no hay ni una producción de vaporwave que carezca de carátula o arte conceptual asociado, tal que la parte visual y sonora son indivisibles. Si el VW se apropia de todos los elementos que componen su cosmogonía visual, también hay una intención, bien inicial o bien derivada por la comunidad con el tiempo, de “manifestar” y “glorificar” al tiempo de señalar con el dedo, a toda la marabunta de imágenes que acompañaron la sociedad y la cultura de la época, tanto a lo que significaron como lo que a día de hoy significan.
De modo que, aparte de por componente de gusto o preferencia personal, la tremenda cohesión de este material (rápidamente aproximable a “material de cultura de consumo de finales del siglo XX”) invita a preguntas.
¿Por qué se usa el material audiovisual de esas épocas (80-90)? La respuesta fácil es inmediata: pues porque son las infancias de la GenX tardía y de los Millenials, los principales productores de inicios del movimiento, que “echan de menos esta época”. La obsesión con la tecnología y la cultura Japonesa como reflejo del optimismo corporativo de la década de los 90, más como reminiscencia de todo el material que se importa de Asia. La fascinación con lo superficial y las simulaciones, con gráficos 3d incipientes propios de los videojuegos o películas de la época, es también reflejo de un optimismo para escapar de realidades crudas. En esta combinación y re-circulación de elementos, acompañado por otras tantas inspiraciones musicales como música de atrezzo/ascensor, o música de stock corporativa motivacional, es una yuxtaposición de ideas de desdén y nostalgia. Un doble sentimiento de saber que aquello era una porquería, pero a la vez echarlo de menos.
Pero ¿Por qué se echa de menos esta época? No en el sentido de por qué esa y no otra, sino, ¿por qué el vaporwave, con todo lo que es, surge al echar de menos esa época? ¿por qué hay una especie de inercia o empuje por añorar el pasado? ¿Y cuál es la naturaleza de esa “mirada al pasado”? ¿Con qué ojos lo miramos? La respuesta larga a estas preguntas tiene su miga.
El artículo de Ross Cole en el ASAP/Journal (absolutamente imprescindible en este recorrido) reúne dos conceptos clave para entender esto: el VW es un ejemplo viviente y en constante evolución estudio en Utopianismo y de “off-modern”, definido como “una tradición de reflexión crítica sobre la condición moderna que incorpora un factor de nostalgia”. Tanto el utopismo que el VW recicla como la nostalgia que predica, no son más que maneras de escapar de la realidad que nos ha dejado el contexto socioeconómico de nuestra generación, que no es otro que el Capitalismo Tardío. Y como no puede ser de otra manera, hacemos una especie de interludio para traer a la mesa un pequeño, pequeñísimo repaso historico de qué pasó y de cómo impactó.
El origen del Desdén
Como todo en esta vida que nos ha tocado, el 99% de “cómo es el mundo occidental” (y parte de la oriental) se explica por la Historia. Por cómo era la sociedad que entró a las guerras mundiales, y por cómo reaccionó y evolucionó dicha sociedad tras dichas guerras. Tras la Segunda Guerra mundial, EEUU mantuvo ocupación en Japón al tiempo que gestionó un crecimiento económico desproporcionado y rapidísimo, tanto allí como en su propia tierra.
Parte de estos milagros económicos fueron el ya bastante consolidado sueño americano (la manifestación definitiva del puritanismo que dejó atrás las costas inglesas, y el mismo que gestó el capitalismo estadounidense), o las medidas de ciertas presidencias como la del infame Ronald Reagan, que fueron responsables de una masificación de la producción de los bienes de consumo. Dicho crecimiento, unido al espíritu emprendedor y la identidad de marca, empezó a dar sus primeros hijitos en la forma del boom digital y tecnológico, tanto en EEUU (Apple, IBM) como en Asia (a través de Japón y China). Pero también se manfiestó en otras cosas, como en un aumento de la agresividad publicitaria. En concreto, el levantamiento de restricciones de publicidad televisiva durante el horario infantil que abrió la veda de fabricar juguetes con identidad propia. Desde muñecas a hombres de acción y coleccionables, tanto juguetes en sí como material audiovisual (series de televisión, cómics, etcétera) se volvieron franquicias con las que dejar volar la imaginación… y las carteras. Ejemplo de ésto son los GI Joe, Transformers, Masters of the Universe, los Trolls, y otros tántos. Y más recientes, como el movimiento Pokémon (que si bien su origen es distinto acabó calando por el inevitable contexto materialista de su época), en especialmente su merchandising (y el de todos los otros videojuegos, películas y series contemporáneas). Las franquicias estaban aquí y habían llegado para quedarse. Alimentando la imaginación y vitalidad de innumerables niñ@s.
En los 80 y 90, todo eran promesas. Bastantes de los señores que llegaron a esos puestos directivos habían sido capaces de llegar a esos puestos empezando desde lo más bajo, en un mundo donde había oportunidades para todo porque todo estaba en reconstrucción. Muchos de éstos, igualmente, metieron las manos en legislaciones y sirvieron de ejemplo de “líder” o de “llegar a ser alguien en la vida” para la sociedad, tanto los mayores como los más jóvenes. Algunos incluso dieron discursos en universidades. En el colegio, se decía a los niños que “trabajen y estudien duro, porque la vida les deparará cosas buenas si así lo hacen”. La llegada del ordenador personal, así como de otros tantos productos digitales, supusieron una mejora en calidad de vida y acceso/preservación de la información para incontables personas, de eso no cabe duda y sería estúpido criticarlo en un vacío. La cuestión es que llegaron en un contexto de tantas promesas.
Tantas promesas que nunca llegaron.
Porque décadas después, muchos de es@s niñ@s que se criaron entre Street Sharks, cartas de Pokémon y la Super Nintendo acabaron en la calle tras acabar la Universidad porque no tenían cualificación suficiente, a diferencia del hijo o sobrino del jefe. Se vieron incapaces de conseguir casa porque el banco no les daba préstamos. Por no hablar de la inflación galáctica de los precios del alquiler y del inmueble. Al tiempo de todo esto, bombardeados en los medios por noticias de cambio climático y guerras (y sus respectivas inflaciones) y nadie puede o parece querer formar parte de, o ejecutar soluciones. Cada uno tiene su propia historia detrás, pero todo ello va unido a otras tantísimas particularidades personales, muchas de ellas también promesas, que fueron rotas, y que vuelven en forma de fantasmas a lo largo de tu vida, bien como recuerdo de que no fue posible, o como un pensamiento intrusivo de “no llegaste a la felicidad porque algo hiciste mal en el camino”. Horrible en cualquiera de los dos casos. ¿Dónde quedaba el mundo que se nos vendió en aquellos años?
Como Millenial, yo mismo tengo recuerdos imborrables de todo aquello que viví en los 90, en relación al tema de hoy, y que son totalmente imprescindibles para comprender mi persona (como esbocé hace unos meses aquí mismo). Me resulta imposible deshacerme de ese aspecto de mí, porque son parte de mis espacios de comfort y de seguridad, profundamente enraizados por lo vivido en mis años formativos. Pero al mismo tiempo estoy desengañado de en qué se ha convertido el mundo y lo mal que acabé encajando en él pese a haber hecho “todo lo que se me dijo”. Así, ¿cómo nos puede extrañar que, cuando se hacen mayores, es@s niñ@s de los 80-90 denuncien la mentira que se les vendió, al tiempo que se aferren o reclamen el bienestar que sintieron en esa época de promesas?
De todos modos, y a pesar de que es mi propio blog, no vengo aquí a hacer preaching de la subjetividad de cada una de nuestras realidades. De la mano de Mark Fisher, Adam Harper y Evan Boucher, Ross Cole nos recoge en su artículo algunas ideas de todos ellos que relacionan el Vaporwave con este contexto sociocultural de una manera más profesional y menos narrativa, y las recojo aquí traducidas y con sus respectivas referencias.
Ya al principio del género, Fisher trae a colación la Hauntology o “Fantología” (de “To Haunt”, “Acechar”, acuñado por Derrida originalmente) para presentar la idea de que la sociedad se ve acechada y perseguida por el fantasma de haber sido incapaz, en múltiples ocasiones, de haber podido aportar lo prometido en el pasado, como esas promesas implícitas de la postguerra y la socialdemocracia capitalista; incluyendo la propia música electrónica. Karla Zavala llega a la Fantología en el Vaporwave, también, a través del “Valle de la Inquietud” sociocultural en el que vivimos debido a la irrupción masiva de agentes tecnológicos no-humanos en nuestro día a día, que han dejado nuestra época “atemporal” e irreconocible como propia para nosotros mismos.
Adam Harper recoge un paralelismo interesante entre el Vaporwave, cuyo nombre proviene de un juego de palabras con “vaporware” (“cacharro de humo”, un producto que se anuncia prometedoramente pero nunca se llega a comercializar), y una de las líneas más famosas del Manifiesto Comunista: “todo lo que es sólido se derrite en aire”. Evan Boucher dijo del Vaporwave que “le hace una especie de guerrilla al capitalismo, en tanto que se apropia de sus artefactos estéticos y los reconvierte en algo que ni de lejos se atrevería a ser publicitado”. Más tarde, en un libro corto titulado “Babbling Corpse: Vaporwave and the Commodification of Ghosts”, Grafton Tanner ve el Vaporwave como una especie de panacea artística con la habilidad de “abrirnos los ojos a las aflicciones culturales que han amedrentado el discurso político y que rehuyen o critican la empatía humana”.
Eventualmente estas lecturas son inescapables, y posicionan al género en contra de la visión capitalista, del “for-profit”, y de todas las ideas prometidas y que nunca se cumplieron.
Recapitulando
Así que sí, es nostalgia… pero bastante agridulce. Porque no es una añoranza que uno puede sentir por un sitio en el que no está, y desea volver. Tampoco es sólo una añoranza por un tiempo que ya pasó y que no volverá. Es parte de ese “echar de menos una cosa que nunca ha pasado”, y que aparte de tener su intríngulis metafísico, es bastante trazable a una realidad política y social de la que no nos debemos de olvidar. El vaporwave es esa nostalgia atemporal hecha música. Y también, de manera inescapable, es vehículo de comentario a esas circunstancias imborrables. Y es importante que conozcamos estas raíces, porque (como apunta Karla) es imperativo de cara a preservar y documentar un género de música y movimiento artístico en general, con el mismo derecho a ser recordado que cualquier otro.
Pero al final… ni el propio Vaporwave escaparía a esa volatilidad del libre mercado que señala, y acabaría perdiéndose el interés tanto por la parte técnica musical, como por la moda. Y es entonces cuando empieza la siguiente etapa, en la que el VW no vive sino que muere, en presente atemporal. Porque sí, si a mí me preguntas, el Vaporwave está muerto. Y menos mal porque, al estarlo, está más vivo que nunca. Pero ya hablaremos de eso otro día.
Referencias:
Zavala, Karla. Dystopian Shopping Malls: Vaporwave and The Ghosts of The Future.
Cole, Ross. Vaporwave A E S T H E T I C S : Internet Nostalgia and the Utopian Impulse. ASAP/Journal, VOl 5.2 (2020): 297-326
En general, los tres recursos principales empleados para escribir esta serie son “Do You Want Vaporwave, or Do You Want the Truth? Cognitive Mapping of the Late Capitalist Affect in the Virtual Lifeworld of Vaporwave”, “Dystopian Shopping Malls: Vaporwave and The Ghosts of The Future” por Karla Zavala, el documental de Vaporwave de WoSX, y en especial “Vaporwave Aesthetics: Internet Nostalgia and the Utopian Impulse” de Ross Cole como guía temática principal. No conozco a ninguno personalmente pero les agradezco el trabajo que han hecho.