Tidløs ly

De pronto supo qué lo inquietaba.

Estaba tratando de distraerse. Actividad febril contra reflexión. Silbando en el bosque. Tralarí, tralará, el lobo ¿dónde estará?

Sobre Trondheim había una neblina húmeda que difuminaba los contornos. Incluso su casa, al otro lado de la calle, le pareció más plana que de costumbre. Casi parecía un cuadro.

¿Qué sucedía con las cosas que uno amaba?

¿Por qué tantas veces había estado horas enteras ante los cuadros de Van Gogh y había sentido una paz en su interior, como si los cuadros no hubieran sido pintados por un paranoico desesperado, sino por un hombre completamente feliz?

Porque nada podía destruir la impresión.

Por supuesto que un cuadro se podía destruir. Pero mientras existiera, el instante en él cautivado era definitivo. Los girasoles no se marchitarían jamás. Las bombas no caerían sobre el puente levadizo de Langlois, en Arles. Nada podría robar su intención al motivo pintado, aunque se retocase. Por debajo, el original se conservaba. Lo terrible seguía siendo terrible, lo bello no perdería jamás su belleza. Incluso el retrato del hombre de rasgos pronunciados y el vendaje blanco en la oreja, que miraba con ojos profundos al observador, poseía cierta confianza reparadora, pues al menos en el cuadro no podía ser más infeliz, ya que ni siquiera podía envejecer. Encarnaba el instante eterno. Había vencido. Al final había triunfado sobre los verdugos y los ignorantes, los había eliminado con su pincel y con su genio.

Johanson contempló su casa.

«Por qué no puede quedarse así —pensó—. Si fuera un cuadro y si yo formara parte de él…».

Pero no vivía en un cuadro, y tampoco en una galería en que pudiera pasar revista a los escenarios de su vida. La casa del lago sería otro cuadro maravilloso; al lado, los retratos de su ex mujer y de las mujeres que había conocido, y los de algunos amigos, y por supuesto uno de Tina Lund. Quizá del brazo de Kare Sverdrup. Sí, ¿por qué no? Un cuadro en el que Tina se tranquilizara para siempre. Él le hubiera dado tranquilidad y paz de espíritu.

De golpe lo invadió un miedo sordo a la pérdida.

«Ahí fuera el mundo está transformándose —pensó—. Cierra filas contra nosotros. En algún lugar secreto se ha tomado una decisión y nosotros no estábamos presentes. Los seres humanos no estaban presentes».

Una casa tan bonita. Tan pacífica.

Encendió el motor y se alejó.

 – Frank Schätzing: El Quinto Día.

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