2001

“Esperen un minuto, esto es raro…” La voz de Bowman se apagó en un silencio de máximo aturdimiento. No es que se hubiese alarmado, sino que no podía literalmente describir lo que estaba viendo.

Había estado suspendido sobre un gran rectángulo liso, de unos doscientos cincuenta metros de largo por sesenta y cinco de ancho, hecho de algo que parecía tan sólido como la roca. Mas ahora aquello parecía retroceder ante él; era exactamente como una de esas ilusiones ópticas, cuando un objeto tridimensional puede, por un esfuerzo de la voluntad parecer volverse de dentro afuera…, intercambiándose de súbito sus partes, próxima y distante.

Eso es lo que estaba ocurriendo a aquella inmensa y aparentemente sólida estructura. De manera imposible, increíble, ya no era un monolito elevándose sobre la lisa llanura. Lo que había parecido ser su techo se había hundido a profundidades infinitas; por un fugaz momento, le pareció como si estuviera mirando a su fuste vertical… un canal rectangular que desafiaba las leyes de la perspectiva, pues su tamaño no disminuía con la distancia.

El ojo de Japeto había guiñado, como si quisiera quitarse una mota de polvo. David Bowman tuvo el tiempo justo para una frase cortada, que los hombres que esperaban en Control de la Misión, a mil quinientos millones de kilómetros de allí, no habrían de olvidar jamás en el futuro:

— El objeto es hueco… y sigue, y sigue… y… oh, Dios mío… ¡está lleno de estrellas!

– Arthur C. Clarke: 2001: Una Odisea en el Espacio.

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