Tras varios meses sin retomar este blog, y tras muchos acontecimientos de gran o parcial importancia para mí, he visto más que razonable justificar con la entrada de año una entrada donde hacer repaso de estos últimos meses y, por qué no, una reflexión que se ha forjado con el paso de estas fechas.
Finalmente pasé a tercero de carrera, y la toma de contacto con las asignaturas que me esperaban no fue tal y como la esperaba. Tenía referencias cruzadas y opiniones muy dispares acerca de lo que supondría este curso, y no me quedo ni con unas ni con otras: no está siendo ni más fácil que segundo ni más difícil; yo diría que diferente. Porque en segundo la gran mayoría de las asignaturas eran de empollar, y en tercero se exige una comprensión que trasciende en buena parte cualquier dato o conocimiento que puedas archivar de memoria.
Pero, al mismo tiempo, eso exige un hábito de estudio más constante, practicar con asiduidad semanal diferentes tipos de ejercicios, repasar conceptos clave y, cómo no, el ya famoso en mí pasar a limpio e ilustrar apuntes tomados a ordenador para luego encuadernar y estudiar como si fuesen libros. A todo lo cual hay que sumarle las prácticas, que este año se me han hecho menos abusivas que las de los anteriores; con lo cual, dentro de lo que cabe, he sabido llevar al día bastantes cosas, sobre todo gracias a que cuento con parciales en dos asignaturas.
Pero las asignaturas siguen siendo asignaturas de universidad: extensas, densas, y algunas pueden hacerse hasta insufribles en ciertos momentos. Como es el caso de inmunología, bastante mal organizada por culpa de la propia facultad (no entraré en razones) y que no he sabido disfrutar lo suficiente. De microbiología I también tengo recuerdos positivos y negativos: damos cosas muy curiosas pero, a veces, muy cutremente impartidas. A grandes rasgos y en cuanto a contenido, creo que prefiero las cosas que di el año pasado.
Y luego está el tema de los exámenes, que otro año más nos vuelve a sorprender. Esta vez, entre seminarios, fechas sinsentido (como un examen el 7 de enero) y clases hasta el último día, estoy ocupado desde estas navidades hasta que comience febrero. Un nuevo récord hasta la fecha, porque aunque el año pasado estudié en navidad no comenzaba los exámenes hasta finales de enero. Ahora veremos qué sucede en estas semanas…
Otro tema que me gustaría abarcar en esta entrada es el tema de las vocaciones y futuros destinos. Parece que ya más o menos me he decidido por algo, y es que espero encontrar hueco en algún tipo de trabajo en laboratorio relacionado con la ingeniería genética, la biomedicina, la biorremediación o casi que cualquier tipo de mejora biológica. Confío en que es una buena manera de enfocar esta rama de conocimiento que es la biología hacia algo realmente útil para el mundo en el que vivimos, con más razón viendo la de cambios y descubrimientos que se realizan en estos tiempos y, asimismo, la creciente e insaciable demanda de todo tipo de recursos para los cuales hay soluciones biológicas (o biotecnológicas) más pronto que tarde.
Con estas ideas en mente me fui bien derechito a los departamentos de microbiología y fisiología animal (no sin antes pasarme por el de zoología con el profe que nos dio vertebrados el año pasado, a quien le devolví un rotundo NO tras ciertas consideraciones), pensando en que podría entrar de alumno interno y acercarme un poquillo más a ese mundo que nos espera luego. Pero no hubo suerte… en micro había muy pocas plazas y más gente interesada con más nota y disponibilidad que yo; asimismo tenían prioridad los alumnos que terminan la carrera este año. Y en fisiología animal un poco más de lo mismo, pensé que entraría con el profesor que nos dio la teoría del primer semestre pero ya lo tenía apalabrado con otra chica, así que me comí los mocos. No obstante, ambos me sugirieron mi asistencia voluntaria sin compromiso a los laboratorios cuando surja algo, y pienso insistir un poco más.
Todavía no sé qué será de mí el año que viene (pienso irme a un piso, solo o con compañero/s para el último año de carrera), y menos aún al siguiente, pues no me interesa marcharme aún más lejos para seguir formándome (máster de biología evolutiva en Barcelona) teniendo otras vías alternativas (máster de biomedicina en Cádiz) que me gustan igualmente. Pero espero que las cosas sigan yendo más o menos como hasta ahora, y espero poder llegar a estas mismas fechas dentro de dos años junto a todas las personas que tengo a mi lado ahora.
Y relacionado con esa última frase va la reflexión de estas fechas: estas Navidades he sentido como nunca antes la toxicidad consumista y materialista que se respira en el ambiente navideño, al tiempo que me he vuelto más sensible con temas serios relacionados con la política que sigue el gobierno de mi país y lo indignantes que son buena parte de sus decisiones (por no decir todas). Y por no ser suficiente me he llevado algún que otro palo con gente bastante cercana. Esta apabullante atmósfera ha hecho que me haya querido recluir (en el sentido figurado de la palabra) más de una vez en mí mismo y con mi pareja; he requerido de profundos y necesarios diálogos con ella y con mi gran amigo Hymake. Me he visto a dos pasos de querer dar un chillido a más de una persona y atreverme a decir lo que necesitan oír. Me he tomado demasiado en serio ciertas cosas que, o no guardan relación conmigo, o no debo dejarme influenciar por las mismas.
Y ante tal situación, el otro día comprendí que lo importante de estas fechas no son los regalos ni lo que las marcas (ni la Iglesia como institución) te quieran vender. Ni siquiera las cenas con comida a tutiplén. Ni siquiera las familias de mil miembros que no se ven más que una vez al año. Lo importante de estas fechas es que todo el mundo pueda sacar tiempo para ver a sus allegados y seres queridos más cercanos. Que independientemente de lo lejos que estés (o pueda parecer que estás) durante el resto del curso, estas dos o tres semanas se conviertan en un recuerdo más que memorable gracias a que hayas podido estar con todos ellos todo el tiempo que haya sido necesario. Que los mejores y más merecidos regalos son los más inesperados, y que más grande que el valor del regalo en sí es el valor del acto de regalar a quien más quieres, pues en ello son dichosos tanto quien lo ofrenda como quien lo recibe.
Y ni reyes magos, ni Papá Noel, ni el anticristo me podrán traer mejores regalos que esa sensación de felicidad cuando esté de exámenes y eche la vista atrás el mes que viene.
Para el próximo año, espero volver a hacer de la Navidad un poco más yo, y no hacerme yo más a la Navidad.