Mitos y Dioses del Norte y del Sur

Hace unas semanas leí el ensayo de Tolkien de “Los Monstruos y los Críticos”, recogido con otros ensayos en una recopilación que ya fue traducida en su día por Minotauro. En ese momento también estaba leyendo cosas para escribir la entrada de los Mundos Imaginarios y fue una sorpresa ver pasajes que trataban de temas parecidos, como cuando expresa perfectamente la imposibilidad de entender un mito solamente por medio de una vivisección analítica y sin hacer crítica y comparativa.

Además de esto, Tolkien hace hincapié en varios temas importantes a la hora de entender el poema de Beowulf en relación a la naturaleza de las mitologías que colisionaron. Entre esos temas, y el que nos interesa hoy aquí, está la yuxtaposición entre el folklore del Sur (Grecia y el resto del Mediterráneo) y el del Norte (Germánico, Británico, Islándico y Escandinavo).

Al repasar mis notas me doy cuenta de que aprendí muchas cosas que ni se me habían pasado por la cabeza, y que conectan de forma muy chula tanto con la historia anterior y posterior de los pueblos de estos mitos, como con las características de las personas de cada región, e incluso con el mismísimo clima. En esta entrada resumo, traduzco, y expando con mis propias palabras esta sección del ensayo con el fin de ilustrar los Mitos y Dioses del Norte y del Sur, en lugar de hilarlo con el famoso poema épico.

Como siempre, aclarar que entremezclo con mi opinión y mi visión, influenciada por cultura popular y de la cual soy consciente dista años luz de cualquier conocimiento sólido. Ya quisiera yo tener el tiempo de leer y estudiar los Clásicos que hacen falta para hablar con la legitimidad que merecería.

Los tres elementos

Para describir y entender las diferencias, es necesario establecer unas bases como la clasificación de los “personajes” de cada mitología. Tenemos tres elementos principales:

  1. La humanidad, el ser humano con su mortalidad y sus tribulaciones. Aquí entrarían tanto las personas de a pie como los protagonistas de los mitos, como los héroes griegos, o el propio Beowulf en el poema del que trata el ensayo original;
  2. Los dioses, en su condición de seres poderosos más allá de las capacidades humanas;
  3. Los monstruos, como criaturas natural y sobrenaturalmente distintas de los hombres pero también de los dioses, ya sea en adoración o en origen de los mismos. Representan agentes del desorden, el caos, y las fatalidades de origen ajeno tanto a dioses como humanos.

A pesar de las prominentes similitudes entre las mitologías griega y nórdica (por aproximación a la inglesa, de la cual se conserva poco material pre-Cristiano), como poseer un panteón con una figura principal y relaciones familiares, las dinámicas de estos tres elementos (así como el trato y retrato que reciben en cada propio folklore) es tremendamente diferente, lo cual tiene una infinidad de ramificaciones que eventualmente nos informa de cómo eran las personas de cada sitio.

Los monstruos y el triángulo belicoso

Cuando llega al punto de mentar este tema, Tolkien lo hace partiendo de los comentarios que ensayista William Paton Ker escribió en su libro The Dark Ages, publicado en 1904. Por ejemplo, si nos fijamos en el pasaje donde compara a Odiseo y Polifemo con Beowulf y el Grendel, tenemos una situación especular de un héroe y un monstruo. Ker apunta, y Tolkien rescata:

“[…]Vemos la diferencia si comparamos los elementos salvajes (de cuento popular) de Beowulf con los elementos salvajes de Homero. […] Polifemo devora a sus huéspedes, en un acto merecedor del desagrado de Zeus. Y sin embargo, el mismo Cíclope fue concebido por los dioses y está provisto de protección divina. Que Odiseo lo desfigure acaba siendo una falta que tardará en ser perdonada por Poseidón. Sin embargo, los monstruos que se oponen a Beowulf son inmediatamente identificados como enemigos del mismísimo Dios, […] se les refiere como “reclusos del Infierno”, “descendientes de Caín”, […]”

Jasón robando el Vellocino de Oro, mito griego donde aparece un dragón al estilo “occidental”. Adaptado de British Library.

A pesar de que el poema es posterior a la llegada del Cristianismo, y de que no conocemos con exactitud la mitología pre-Cristiana de las islas británicas, es ampliamente aceptado por la Academia que semejante amalgama de elementos paganos y Cristianos en Beowulf hubiera sido imposible si la mitología previa hubiera carecido de ciertos atributos como el alineamiento de fuerzas monstruosas contra sendos humanos y dioses. Esta premisa, si fuese cierta, hubiera permitido al poeta disponer de un material de potencial moralizante como el observado en el poema, y permitido al público disponer del bagaje sociocultural apropiado como para entenderlo y disfrutarlo. Por no hablar de las similitudes con las mitologías escandinavas.

De modo que esto permite deducir que las mitologías del Norte disponían de bandos claramente delineados, con los Dioses y humanos enfrentados a los monstruos y al devenir sin sentido del Desorden, a diferencia de las mitologías del sur donde estos roles se desdibujan y encontramos todas las posibles permutaciones: hemos visto el caso de humanos y monstruos enfrentados; pero en un ejemplo que yo recuerde, Tifón, hijo de dioses según qué versión, confrontó a los dioses olímpicos y fue derrotado por Zeus.

Para entender las organizaciones de estos “triángulos belicosos” entre arquetipos mitológicos, debemos de seguir mirando la naturaleza de los otros dos elementos, los humanos y los dioses, en una y otra mitología.

Humanidad, Compasión, y Divinidad

A pesar de su condición sobrehumana, los dioses Olímpicos no son tan diferentes de las personas: a lo largo de todo el imaginario griego exhiben un extenso rango de sentimientos, incluyendo celos, tristeza, ira, venganza, o soberbia, sirviendo todas ellas tanto de fortalezas como de flaquezas. También urden planes, engañan, aman, desdeñan, y traicionan. Esta dimensión emocional es compartida con los humanos, meros mortales que viven a las faldas del Olimpo. Sin embargo ahí acaba todo parecido, pues los humanos están ligados a su destino fijado por las Moiras, mientras que los Dioses llevan existencias en planos completamente ajenos a éstos. En ese sentido, según la tradición griega, la diferencia entre un humano y un dios es la trascendencia de la condición humana que los liga al Destino, a pesar de que sus quehaceres y existencias sirvieran de comentarios o cuentos cautelares a las vicisitudes de las personas. Y como hemos visto, no poseen una relación unánime con los humanos, sino que aman a algunos y odian a otros, trascendiendo también cualquier criterio de bien/mal derivado de la simpatía por los seres humanos. Sirva el ejemplo de distintos dioses del panteón tramando para ver quién de Aquiles, Agamenón, o Héctor, sería victorioso en la Guerra de Troya. Por un lado muy carnales y por otro completamente desinteresados.

Esta ambivalencia se invierte en el Norte. La forma en la que los dioses del Norte pelean y se comportan se parece menos a como lo hacen los dioses del panteón olímpico, y más a como lo hacían los Titanes: son más barbáricos, impulsivos y categóricos; no traman a la usanza exacta del Olimpo. A diferencia de los Titanes, cuyas historias principales datan de una guerra con los olímpicos, los dioses del Norte sí que están en el “bando correcto” de la contienda, aunque no sea el bando vencedor. Esto es porque en los mitos nórdicos el bando vencedor siempre es el Caos, de la mano de los Monstruos. Una especie de Moira Suprema (y además de verdad, pues el Wyrd anglosajón fue influenciado por las mismas tardíamente) que viene a decir “ey, son cosas que pasan”, y que atiene tanto a los humanos como a los propios dioses. Y si los Monstruos no ganan en cierta historia, tarde o temprano acabarán por hacerlo.

Que por cierto, yo me pregunto ahora si esto de “según el Wyrd no hay forma de ganar” no sea si no una especie de moraleja cautelar de resignación ante la falta de entendimiento de cómo, aun intentando aprender, mejorar, crecer y anticipar, igualmente pasan cosas en la vida que no son predecibles y puedan acarrear consecuencias terribles, como la muerte por enfermedad o cualquier otro tipo de mal difícilmente detectable o pronosticable.

El héroe trágico y el héroe marcial

La última parte de ese triángulo son los humanos. Especialmente hace falta mencionar a los héroes, que catalizan las acciones y el papel de la humanidad en las en los mitos al tiempo que sirven de ejemplo para el resto de las personas. Precisamente por tratarse de personas, quizás no debería extrañarnos que cambien entre regiones.

En el Sur, los héroes viven tragedias en las que sus caídas están predeterminadas o predichas por su propia soberbia y arrogancia (el famoso Hubris) en la búsqueda de gloria y fama. Gran parte de las veces, los héroes tienen un destino sellado en una suerte de trueque por el que obtienen la gloria eterna a cambio de un final abrupto de la historias de sus vidas. Dicha muerte además viene provocada como consecuencia directa de sus acciones, que a menudo contravienen el designio de los dioses y con los que no siempre cuentan para la batalla campal contra las fuerzas del Caos. La tragedia y la poética de estos héroes existe, por tanto quizás, en la ambición y la falla humana de no medir el impacto y las consecuencias de sus actos. Con el tiempo, la narrativa Cristiana le dará una visión moralizantes a estos mitos, como cuentos cautelares para no cometer dos veces los mismos errores.

Pero en el Norte la cosa es muy distinta, hasta el punto que sus héroes no conforman la definición clásica de “héroe”. En el Norte, los héroes adquieren honor y prestigio como parte de un crecimiento y de llegada a la edad adulta, como parte unos roles y socialización que instiga a alcanzar objetivos y completar hazañas. No matan dragones buscando la fama; matan dragones y ya luego se vuelven famosos por ello. Dada la distinción delimitada entre bandos del “bien” y el “mal”, los héroes del Norte tienen un enemigo común con los dioses en el Caos y los monstruos, en una lucha en vano pues tanto Dioses como humanos penden del mismo destino cataclísmico. Sus muertes, por ejemplo, no vienen particularmente dada por la soberbia o triquiñuelas del destino, sino que la muerte es un agente del que nadie puede escapar. Beowulf no muere por un defecto abismal en su conducta. Muere porque llega el Dragón, y el señor ya no está para esos trotes. Pero muere en el intento, sin someterse ni dejar de intentarlo.

Por esta razón, Tolkien y Ker argumentan, los héroes del Norte son poéticamente perfectos, pues son aliados inquebrantables de una causa perdida. Y es importante mencionar que, aunque pierdan, para los dioses (y pueblos) del Norte la derrota no equivale a refutación. Esta distinción escuda las acciones de los héroes, y les otorga un carácter marcial que les permite servir como ejemplo de conducta y disciplina. Es lo que Tolkien reconoció como Coraje del Norte, y que sería clave para la construcción y entendimiento de su propia obra.

Con el paso del tiempo…

Con el tiempo, la presencia o ausencia de bandos claros se volvió clave para entender la evolución de los monstruos en una y otra cultura.

La mitología del Sur, como ya hemos visto, acabó negligiendo a los Monstruos. En su lugar quedaría una especie de vacío en ese triángulo, al que los hombres destinaron incalculables horas de esfuerzo para intentar encontrar algo con lo que rellenarlo. Desterrados los Monstruos, todo se centró en los dioses, que acabaron siendo reducidos a figuras de otra época y amalgamados en una única Entidad con la conversión a religiones abrahámicas, y en un proceso irrefrenable la mitología del Sur acabaría transformándose en Filosofía.

Los Dioses del Norte se empequeñecieron y marchitaron con el paso del tiempo, y se les igualó en historias a los ancestros de los monarcas británicos y escandinavos. Pero como los Monstruos permanecieron en el centro del imaginario aunque evolucionaran en mero Caos y futilidad, y no había distinción de bandos entre humanos y Dioses, el heroísmo marcial perduró en forma de ese Coraje del Norte del que hablábamos. Una narrativa en la que el ser humano está solo ante un mundo hostil y sinsentido.

Y es en ese momento y bajo esas condiciones que se forma una especie de “punto débil” en la mitología y cultura del Norte, que la hacía sensible al contacto con una cosilla que empezaba a resonar por Europa: el Cristianismo.

La chispa del Cristianismo

Hasta ese momento, los Norteños se sentían abandonados a la deriva en una tierra desprovista de victoria, valientes pero más allá de la salvación. Sólo para que entonces un día lleguen unos señores en barco a decir que sí que hay tal Salvación, pues los enemigos de los humanos son también los enemigos de Dios (concepto que estaba en relativa dilución tras el achicamiento de los panteones nórdicos y celtas). Un Dios que valora la fe y el vasallaje por encima de todo, conceptos que no eran extraños a los Norteños pues ya contaban con las prácticas morales heredadas del Honor Marcial.

El sacrificio, la devoción y la firmeza del corazón eran parecidos y compatibles con los valores cristianos, incluso si emanaban de un pozo de coraje y no de aires de reinado pre-abrahamesco. Los caprichos de la historia dieron lugar al desarrollo de un Dios en las religiones judeocristianas que concordaba con la actitud y la hechura de las personas y valores del Norte. En esta cultura proveniente de valores de resignación moral ante el Caos, Dios llega para llenar ese vacío, y es en esto que el Viejo Mito y la Escritura hacen chispa y prenden una llama muy particular en el corazón de los Norteños.

La luz del Sol

Yo sospecho que todo esto empieza o cuanto menos tiene que ver con la luz del Sol. De verdad. Es más que la luz del Sol, es más bien todo lo que deriva de su abundancia o de su falta. En culturas como las del Norte, donde se podía pegar fácil casi seis meses con más horas de noche que de día, con tanta lluvia y frío y tanto temporal, la gente nunca dejó de temer y respetar a una Naturaleza a través de la cual el Caos, la muerte impasible, se personifica como una eterna victoriosa que viene a por todos, incluidos los propios dioses. No le renta uno perderle el miedo al Bosque inhóspito.

Y sin embargo, en la cuenca del Mediterráneo y oriente próximo, la cantidad de horas de luz es mucho mayor, el tiempo es más agradecido, y da tiempo para hacer actividades fuera en común y relacionarse en mucha mayor medida. De semejante clima se desprende semejante actitud, y de semejantes personas saldrán dioses parecidos a los mismos. De ahí que la dimensión monstruosa de los mitos, si bien no desaparece, se entremezcla y pasa a un segundo plano en comparación a las relaciones entre los dioses y con los humanos.

Y curiosamente al seguir el transcurso natural, con una religión más cómoda que los politeísmos, una de estas culturas crece y se expande y le lleva dichas creencias a la otra, a la que semejante Dios salvador le viene estupendo con la que está cayendo.

“Will you learn to respect the Unnamed Things in the Forest, to walk its paths breaking no twigs? To follow the trail until the mossy stones, and to be at peace when the Dragon comes? Or will you perish before the Unknowable like a Southern gossiper, too full of their own pride?”

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