Esta madrugada volvía en avión pensando en el tiempo que llevo dejando pamplinas por internet. Han pasado más de siete años desde que empecé el blog, y en los principios tenía una malsana obsesión por publicar cosas. A decir verdad, en lo que a mi vida respecta poco había que contar en aquel entonces, y más bien me dedicaba a recopilar datos y cosas y hacer de este sitio una especie de bitácora de apuntes de cosas que me interesan. De cuando en cuando me vuelve a dar la vena de hacer aquello, pero para nada sigo en la misma línea.
Y la gracia es que ahora sí que considero que hay cosas de las que hablar. Pero, precisamente, cuantas más cosas te pasan y más te ocupas menos te vienen las ganas de sentarte a contarlo. No voy a darme el sermón a mí mismo de por qué hacemos o dejamos de hacer eso; ni viene al caso ni es de incumbencia de nadie que pueda acabar aterrizando aquí. El noventa y nueve por ciento de las veces simplemente es que no me da la gana de sentarme a escribir como estoy haciendo ahora, y el uno por ciento restante lo dedico a postear absurdeces o fragmentitos en otras plataformas, en las que sí que soy bastante más activo.
Es en twitter donde llevo unos días quemando al personal con el tema que me ha traído de cabeza este último mes. Para quien aún no lo sepa soy biólogo, y comienzo la tesis doctoral en cuestión de meses; y, como viene siendo hora a mi edad, conviene empezar a pensar cómo independizarse económicamente del todo. Por esta razón existen un sinfín de becas que plantean buenas opciones remuneradas, y yo he tenido que irme a la más exigente de todas. No me interesa entrar en más detalles, pero en su formulario de solicitud se pide redactar una especie de “memoria” donde te explayes sobre tu vida y tus aspiraciones. Más americano imposible.
Y al mismo tiempo, aunque no por lo americano, más yo imposible.
He sido consciente de este paralelismo en las últimas cuarenta y ocho horas. Comencé tiempo atrás, hará cosa de un mes escaso, sentándome a escribir un resumen de mi vida y de por qué estoy aquí, haciendo lo que hago ahora. Hacía bastante tiempo que no hacía eso, y no recordaba lo estimulante que es a muchos niveles. La última vez que saqué tanto tiempo para escribir así fue en el que ha sido el punto de inflexión más determinante en mi vida (por el momento), irónicamente hace un año exacto. De cualquier modo, el enfoque era distinto. Ahora no se trataba de hablarme a mí mismo para aclarar mi vida inmediata, se trataba de mostrar toda mi esencia de forma integrada buscando la mayor facilidad de comprensión por parte de terceros. Durante una semana y media, aproximadamente, estuve enfrascado en detallar de la forma más divulgativa posible por qué biología, y acabé descubriendo que la verdadera razón subyacente no eran ni por asomo los seres vivos. Fueron los sistemas complejos. Así, tal cual. Y punto pelota. ¿Qué coño es un sistema complejo?
Ni yo mismo lo sabría definir bien, en base a por qué me gustan las cosas que me gustan. Con el tiempo he podido aclararme en afirmar que funcionan de alguna de las siguientes formas (o de todas ellas): autosuficiente, con capacidad de cambio, interactiva con el medio circundante y con propiedades emergentes. La puta gracia está en que la vida no es la única organización del universo que presenta estas propiedades. Un sistema químico cambia, interactúa con el entorno y puede acabar pegando un reventón. Un sistema de ecuaciones diferenciales también. Un sistema celeste en formación también. La forma de ordenarse las moléculas entre ellas también. E incluso el lenguaje, la propia consciencia, el diseño, la computación y otros elementos esotéricos se pueden considerar así. Supongo que, en el contexto de mi vida en el que me encontraba a la hora de tomar una decisión, las circunstancias me instaron a decantarme por la vida. Igual podría haber acabado haciendo diseño, o cualquier otra cosa (y lo sabéis todos, cabrones). Igual todo sería diferente, quién sabe. En cualquier caso, Alberto no es un apasionado de la biología: es un apasionado de los sistemas complejos. Sea lo que sea. Y tiene muuuucho sentido.
Esta no es la única clase “sorpresa” que te puedes llevar cuando haces introspección. Concatenar secuencialmente diversos acontecimientos y decisiones que has ido tomando te permite tanto vislumbrar la ruta de tu vida como trazar una propia donde, integrando en ella tus hitos, aprendes a sacarles todavía más partido. Sólo así fue como me di cuenta de la importancia que tuvo en mí todo lo que ocurrió el verano pasado; más de lo que llegué a pensar en un principio: mis estancias en pisos prestados por amigos, convivencia con nuevos tipos de personas, mis viajes exprés a la otra esquina de la península, el encuentro con gente que jamás imaginé que vería en persona… O cómo de importante fueron en mí algunas charlas que tuve años atrás, de las que me fui acordando conforme repasaba los años académicos y que habían quedado enterradas. La lista crece y crece en forma de hasta los más ínfimos detalles (desde discusiones, duelos y rupturas hasta frases sueltas de libros o juegos) conforme escribo ahora de nuevo, tanto en lo personal como en lo académico.
Fue precisamente en lo académico donde pude hacer un framing de cosas que en un principio parecían aisladas, y que después de haberlo hecho me era imposible entenderlas por separado. Al final, he acabado entendiendo que lo mío es la evolución de la vida, así a lo bestia. Cómo ocurren esos cambios tan grandes al menor nivel de detalle posible para nuestro entendimiento. ¿Por qué si no me cautivaron la evolución de los animales, el paso a tierra de las plantas, la genética molecular y los daños en el ADN, la biología del desarrollo o la intrincada red bioquímica del metabolismo?¿Por qué estudié tan a fondo los protozoos por mi cuenta a pesar de su poca relevancia en el temario?¿Por qué, si no, haría un TFG con ellos, me interesaría por aprender a manejar la genética y a ver en ella todas sus virtudes como herramienta?¿Por qué me apunté a congresos, a cursos y me empecé a leer papers que pensaba que simplemente me llamaban la atención? Lo chungo es que subconscientemente yo sí sabía por qué lo hacía, pero no saberlo por activa limita tu marco de acción.
Escribir esas memorias me ayudaron mucho a conocerme a mí mismo desde fuera , en un sano ejercicio del “qué dirán” donde se trata realmente de cómo te ve el mundo, de la imagen que das, y de cómo puedes mejorarla. Descubrir cuál era el hilo conductor de mis acontecimientos me ayudó a esbozar un plan de vida lo suficientemente ambicioso como para definirme, y lo suficientemente generoso y holgado como para no frustrarme a larguísimo plazo: he obrado de la forma que aconteció porque quiero estudiar principios fundamentales de la biología y su evolución. Dicho queda.