Se acaba el año. Vaya año, la verdad. Ha habido muchas cosas chulas, algunas cosas malas, y en general el final me endulza el mal sabor de boca de cómo comenzó.
Lo que más me enorgullece de este año es haber sabido disfrutar cosas a pesar de malas noticias, imprevistos, y movidas varias. El haber sabido encontrar huecos donde estábamos bien, lo pasamos bien, reímos, disfrutamos, estuvimos a gusto, y crecimos. Tanto yo, como mi mujer, como mi familia, como mis amigos y compañeros de alrededor. Ya lo mencioné por encima en una entrada de finales del año pasado. Y me alegra decir que el tiempo en Exeter, con sus más y sus menos, estuvo llenito de momentos así.
Y tal como mencioné en una entrada a finales de este verano, este final de año se me hace muy reconfortante por haber vuelto un poco a mis raíces, después de varios años dando vueltas. Y después de muchísimos años sin estar en esta casa. Las nostalgias y añoranzas por cosas que sí fueron y que no fueron en estos últimos años, se me entremezclan con recuerdos bonitos y reciclajes de cosas nostálgicas más antiguas aún. Es bonito y extraño al mismo tiempo.
Un ejemplo. Ahora mismo estoy escribiendo en el pequeño balcón de la casa donde me crié, sentado en la misma mesa donde escribía para el blog hace quince años, aprovechando las dos o tres horitas de sol, rodeado de plantitas y del aire y de las sombras que nutrieron y moldearon mi mente desde que era pequeñito.
Otro ejemplo. La música que suena estos días es, igualmente, una entremezcla de cosas nuevas, cosas descubiertas en estos últimos años, y cosas que me acompañan desde aquel entonces. Vengo jugando, con altibajos, a unos cuantos títulos que tenía pendientes desde adolescente. Volviendo a tocar el piano. Pasando tiempo con los míos, y con los gatos. E intento apreciar cada momento y agradecerlo.
Espero y confío en que estos meses de reposo me sirvan para empezar fuerte el próximo año.
