No todo en la vida del siglo XIX fue un desdén motivado por la revolución industrial que acabó manifestándose en un paraje de arte oscuro y desolador. Otro movimiento muy importante de la misma época, y que también produjo grandes ejemplos de representación fantástica, fue el simbolismo. El mismo comienza como reacción literaria contra el realismo, rechazado en favor de exaltar la espiritualidad, la imaginación y los sueños. En esta entrada veremos precursores, grandes exponentes, y un sucesores tardíos que conectan con los primeros y con otros nombres que vendrán después, y con otros formatos de los que hablaremos otro día.
Una vez más, recordar que estas entradas son apuntes propios sobre autores que no conocía o que no siempre tengo tan presentes en la memoria (esto quiere decir que es posible que me falten ejemplos importantes, bien porque no conozca o porque no sean tan remarcables para mí a título personal).
William Blake
Si en la entrada previa dijimos que Doré fue ejemplo prolífico de plasmar fantasía, William Blake (1757-1827) lo puede ser perfectamente de crearla desde cero. Aun profundamente religioso, desarrolló una mitología completa a lo largo de su vida al más puro estilo de otr@s que han venido después (como podría ser el propio Tolkien); con sus dioses y diosas (como Urizen, Tharmas, o Los) llenos de personalidad, atributos físicos y metafísicos complementados en delicados sistemas en equlibrio, sujetos a ciclos y en constante evolución en el transcurso de etapas del autor.
Su obra abarca pintura, grabados y poesía, en estrecha comunión por sus temas. Si bien es verdad que encajaría en el romanticismo y no el simbolismo por los tiempos en que vivió, se le considera un precursor del mismo y un adelantado a su época en todos los sentidos. Inclasificable, pero imprescindible. Podemos resaltar de El Anciano de los Días, o las pinturas de la colección de El Gran Dragón Rojo (cuyo impacto reverbera a cosas como Hanibal).
Imposible hacer paralelismos con Tolkien, a pesar de más de un siglo de diferencia, y a pesar de que el segundo no mostró demasiado aprecio por el primero. A día de hoy encuentro una inspiración muy pura en su trabajo. Añado aquí un videoensayo que repasa algunas de sus obras y sus significados.
Gustave Moreau
Moreau (1826-1898) sube el listón de prolífico a unos límites casi inalcanzables. Con más de quince mil trabajos atribuidos en vida, entre dibujos, pinturas e ilustraciones, es uno de los máximos exponentes y contribuyentes al movimiento simbolista. Tuve la increíble suerte de poder visitar su casa-museo en París en 2016, y fue amor a primera vista. De hecho es probable que ver el arte de Moreau fuese la chispa que empezó mi lenta reconexión con el arte pre-siglo XX y lo clásico, en un sentido laxo. Moreau dio forma y vida a un sinnúmero de escenas bíblicas, históricas, y mitológicas, como pueden ser los dibujos de Salomé o Júpiter y Semele.
En éstas retrató a seres y personajes valiéndose de una exhuberancia en cosas como detalles arquitectónicos, ornamentación, texturas, fauna y vegetación, y juegos de luces. Siendo buen conocedor de la acuarela, en algunas de sus obras (como las que traigo aquí hoy) este diseño hipercargado hace juego con estampes de colores nebulosos que, a mí por lo menos (que no soy crítico y sé 0 de arte), me recuerdan a algunas de las cosas del impresionismo. Esto, junto con el toque personal del autor, dotaron de nuevos matices a muchas de éstas figuras mitológicas (por no decir de lo transgresor de algunos de los temas que tocaba en dichos trabajos, ya fuera explícitamente o metafóricamente).
Pero uno de mis favoritos (y no es fantasía que digamos) es “El Triunfo de Alejandro Magno”, que nos muestra una inmensa escena lateral del emperador en un trono sobre un paisaje de la India, con un enorme palacio al fondo. Esta figura, tan poderosa como pudo haber sido, queda enmarcada en ese enorme fondo cuyo detalle cautiva. Tanto dueño y señor de todo lo que vemos como una mota insignificante ante tal vitalidad y exhuberancia. Pude ver este cuadro de cerca y el nivel de detalle es una auténtica locura. Como dijo un amigo, son dos cuadros: el que ves de lejos y el que te encuentras al mirar de cerca.
Su influencia fue grande: Durante sus muchos años en activo pasaron por su tutela otros nombres conocidos como Matisse. Y, como se ve en estos tres ejemplos, Moreau fue también influyente en la pintura orientalista, una rama del arte y la historia que retrata o discute ideas, concepciones, y la visión de Asia, desde una perspectiva occidental. Esto fue probablemente motivado por la expansión colonial, como también comenté en la entrada anterior.
Arnold Böcklin
Nos vamos a Suiza para mentar a Böcklin (1827-1901), contemporáneo de Moreau. De formación en Bélgica y con experiencia trabajando en el Louvre, al acabar el servicio militar pasó un tiempo en Roma que se dice fue clave en la infusión de fantasía y temas mitológicos en su obra. Traduzco de Wikipedia (en inglés) que lo resume muy bien: “Influido por el romanticismo, su uso de imágenes derivadas de mitos y leyendas a menudo solapa con la estética de los pre-rafaelitas. Muchas de sus obras son interpretaciones y recreaciones del mundo clásico, o retratan personJes mitológicos en una ambientación de arquitectura clásica; a menjdo, además, explorando la muerte y la mortalidad en el contexto de un mundo extraño y de fantasía.”
Pero Böcklin está aquí hoy por una razón clara. Y esa razón es la siguiente:
Esta imagen, salida del más grande de los sueños y que probablemente hayas visto antes, se titula ‘la Isla de los Muertos’. En cierto punto de la Historia fue uno de los cuadros más famosos; ha obsesionado a un sinfín de personajes históricos (como Freud) y ha inspirado incontables artistas, desde pintores (como HR Giger) hasta poetas, músicos (Rachmaninov) o incluso ha sido referenciado en videojuegos. Y cómo no: esos colores, esa floresta espesa que se intuye en esos verdes oscuros, esa mezcla de trémulos y frescor de los cipreses, esa textura áspera de sus cortezas. La piedra fría del mausoleo natural. La calma de las aguas. La ausencia del paso del tiempo. Ciertamente a mí me parece un cuadro único en plasmar esa sensación de ‘remoto’ e ‘incomprensible’, mejor que ningún otro relacionado. Ese pinar en el centro, qué habrá al fondo del mismo? Adónde conducirán esos pasillos en la roca? Hubo cinco rendiciones diferentes de esta obra, y mi favorita es la segunda (que se ve aquí). Un auténtico ejemplo de un Templo Olvidado en las Tierras Perdidas.
Hace poco encontré este pequeño vídeo-documental que es imprescindible para entender mejor el por qué y la magnitud del impacto de este cuadro.
Josep Segrelles
Para variar, nos fijamos ahora en la escena peninsular para hablar de Josep (o José) Segrelles Albert (1885-1969), ilustrador y pintor valenciano de primera mitad del siglo XX. Aunque más tardío, fue importante heredero del movimiento Orientalista. Formado en escuelas de Valencia y Barcelona, probó suerte en el extranjero (primero en Inglaterra y con ofertas en Escandinavia), y finalmente puso rumbo a Estados Unidos a finales de los 20. Allí trabajó para el Cosmopolitan, y en general sus obras fueron referentes para la primera época dorada de los libros ilustrados en España. A día de hoy su trabajo conserva su audiencia mundial. De él me gustan muchísimo algunas como su trabajo para la Guerra de los Mundos, Las Mil y Una Noches, y otros personajes fantásticos como el que encabeza esta entrada. Aprecio mucho el toque etéreo y de ensueño de sus trabajos. Todo parece flotar y moverse con mucha elegancia.
Me remito a las palabras de Guillermo del Toro, recogidas aquí y aquí: “Segrelles pertenece a la más selecta lista de los grandes de la ilustración mundial,[…] que se convierten en grandes creadores que enriquecen las historias que ilustran. Segrelles es un creador total, un maestro de la narrativa y un tesoro mundial”. En general, este blog parece buen sitio donde consultar más acerca del autor. Más info aquí, y la web oficial de su museo aquí.
Y lo más cool: fue familia de Vicente Segrelles. Otro ilustrador del que hablaremos otro día.
Evelyn de Morgan
Evelyn de Morgan (1855-1919) fue una pintora inglesa enmarcada en el movimiento simbolista y de los pre-rafaelitas. Es una de mis últimos descubrimientos y me han fascinado pinturas como Flora, o Cadmus y Harmonia, o “Sunbeam and Summer Shower). Tres obras relativamente distintas entre sí y a destacar por diferentes motivos; la última, por ejemplo, me flipa el uso de colores para denostar luz.
Agnes Pelton
Agnes Pelton (nacida en Alemania pero ciudadana estadounidense, 1881-1961) pintó obras como “Vinewood” o “Las Fuentes”; ambos increíbles por motivos diferentes (en el primero la espesura es casi tangible; el otro me da recuerdos de otros trabajos como el arte abstracto de “Fantasía”, la película de Disney).
Ella fue más allá, y dio al mundo trabajos místicos a caballo entre el simbolismo (por temática) y surrealismo. Juegos de luces, formas abstractas, y cielos abiertos, estimula la imaginación en una dirección diferente a lo que estamos acostumbrados a ver aquí.
En resumen
Empezamos a trazar una línea continua de influencias entre autores, movimientos y obras. Aun siendo contemporáneos, dos estilos y visiones esencialmente diferentes (grabados victorianos, simbolismo en Europa) se hablan entre ellas a través de inspiraciones comunes, referencias, y tanto artistas como obras entran en una conversación a través de los años. Conversaciones que se reavivan a través de pupilos o al volverse en sí mismo referencias para autores posteriores. Todo ello permeado por el contexto histórico y personal de cada uno.
Pronto volveremos con otra entrada más, la última de este ciclo (por ahora), donde haremos nota de la evolución del género, el medio y la escuela de ilustración durante el siglo XX, con las revistas de pulp por estandarte.