Vaya pelmazo de libro. Qué pena.
Hay veces que toca leerse libros que son malos, para tener una referencia mala y saber cómo no hacerlo. El escritor de El Nombre del Viento, Patrick Rothfuss, lo ha dicho más de una vez cuando rememora sus tiempos en la universidad leyendo toda clase de noveluchas de fantasía.
La primera vez que vi Darwinia fue en la librería Gigamesh de Barcelona, de segunda mano, y no pensé en absoluto que sería el caso con esta novela. La premisa me pareció muy interesante, y más por el nombre tanto del título como del “continente”. Entre el tiempo que hace de aquello, las prisas de aquel día, y una lectura en diagonal de un resumen en inglés, me pareció entender que había aparecido un continente en el pacífico lleno de especies prehistóricas. La premisa real del libro es otra que también me mola, pero no tanto como lo que yo entendí. Aviso: spoilers por todos lados, porque más abajo propongo cambios importantes que habrían hecho al libro muchísimo más interesante.
Resumen rápido
Resulta que a principios del siglo XX, de un día para otro, Europa (sus ciudades y pueblos, sus gentes, sus bosques y animales) se desvanecen y en su lugar aparecen una flora y fauna totalmente desconocidas. Que no prehistóricas. Y claro, el resto del mundo se queda en shock y empieza a haber intentos de migrar y repoblar el continente.
Seguimos la historia de Guilford, un hombre estadounidense que, arrastrado por un deseo inexplicable de explorar el continente, arrastra a su familia a través del Atlántico para embarcarse en una expedición. En paralelo vemos la vida de otro señor en EEUU, Elias Vale, que comienza a ser capaz de “leer la mente” de las personas, como una especie de intuición. Y que no envejece. Al tiempo de comenzar la expedición, todo da un giro tremendo y se complican las cosas. Pero jamás de la manera que imaginarías.
He tardado más de ocho meses en terminármela, entre una cosa y otra. Entre medio de esto me he leído varios libros (Hijos de Dune, Piranesi, El problema de los tres cuerpos, Frankenstein, y alguno más que se me escapa). Quiero decir, tampoco es que fueran novelitas ligeras. Pero es que concretamente Darwinia te lo pone difícil. Hay subidas y bajadas de ritmo tremendas, y no se entiende muy bien el tono que persigue la novela hasta bien entrada la historia y hasta que no pasan un par de cosas chocantes. Concretamente, hay un punto en casi la mitad en el que parece que va a acabar al estilo de algo de Poe, porque toda la expedición se va a la mierda, matan a todo Cristo de la manera más anticlimática, y su familia en puerto se medio olvida de él. Y dices: pero si queda más de media novela, qué está pasando?
Pues pasa que, al llegar al primer interludio, te dan una chapa de metafísica sin venir a cuento y ahora va y resulta que todo es una simulación. Toma ya, con dos huevos.
La gran premisa
Darwinia está llena de ideas muy interesantes, y se nota que tiene un mimo y una intención muy particular detrás (ojalá no me equivoque y sólo sea una percepción mía). Qué pena que se quedaran casi todas en el tintero y no transpirasen!
La idea de que existe una especie de Archivo en el final del tiempo del Universo tiene tintes de La Máquina del Tiempo, de los Yith de Lovecraft en “En la noche de los tiempos” (Shadow Out of Time), o de la Pirámide en “El Reino de la Noche” (The Night Land) de Hope Hodgson. Una red de computación compuesta por la física de las Estrellas con tal capacidad de procesamiento que puede archivar, replicar, y reproducir, la totalidad de la historia del universo habido y por haber, y con ello la propia Sentiencia, en una especie de meta-simulación, que hace las veces de archivo póstumo y de “cielo” donde acaban llegando todas las conciencias y seres vivos que alguna vez existieron. Y la ambientación de la novela no es fuera, sino dentro de esta simulación. Es una paja mental preciosa, y lo digo en serio.
Pero es que hay más. Resulta que, por la propia matemática inevitable de la física de las cosas de la computación de… etc., aparecen el equivalente metafísico a las proteínas que se pliegan mal y causan enfermedades como la de las Vacas Locas, llamados psiones en este caso, unos “virus hechos de matemática” que se dedican a infectar el Archivo y usarlo para replicarse a sí mismos, corrompiendo, devorando o desfragmentando las simulaciones en el proceso. Por eso se desvanece Europa, porque ha habido un maldito corta-y-pega con otra parte de la simulación y se ha creado una nueva simulación donde están pasando cosas inesperadas, al más puro estilo de los variantes del tiempo de Loki. Y en esta guerra entre el Archivo y los psiones, los buenos son los “fantasmas” de diferentes simulaciones y épocas, que ayudan a sus respectivas, nuevas contrapartes metafísicas de sí mismos que se han originado en esa anomalía de la simulación. Como nuestro protagonista, que se habla con una versión de sí mismo que fue a (y murió en) la Primera Guerra Mundial… Tremenda super paja mental, todavía más interesante si puede ser.
Pero… por mucho que sea bonito y tenga potencial, no se hace nada interesante. Aquí paso a criticar cosas al tiempo que propongo otras.
El worldbuilding
Por el tipo de novela que es, yo distinguiría dos grandes bloques: el worldbuilding metafísico (el de la Gran Premisa de más arriba), y el worldbuilding al uso.
El worldbuilding metafísico es muy exótico y tiene potencial de servir de pilar sobre el que vertebrar el resto de la historia. Y aunque la exposición me pareció abrupta en algunas partes y explorada muy hoscamente en otras, cumple más o menos con el cometido de proporcionar satisfacción al asunto inicial con el que comenzamos la novela. Aunque creo que hubiera dado más juego si se hubiera explorado más poco a poco, quizá en más de un libro o historia en el mismo “universo”:
Sin embargo, la parte del worldbuilding más pragmático me pareció muy agravante. Eché en falta un poco más de riqueza en explicar más cosas del continente, empezando por qué clase de criaturas viven en esta Europa. Hubiera estado bien una distinción más clara de que esto no son dinosaurios, desde el principio, porque los paralelismos con El Mundo Perdido son inevitables; dos frases, no pido más. Prácticamente ni siquiera se explica qué son estas criaturas; sólo aparecen (y en abundancia) unas llamadas “serpientes peludas”, que ni son serpientes, ni dan miedo, ni tienen tanto pelo. Y el fracaso de la expedición no es por algún terror de la naturaleza o algo sobrecogedor, qué va; la gente muere emboscada por grupos de furtivos y disidentes que buscan colonizar Europa a la fuerza. Aun preservando este tipo de conflictos en la expedición, yo hubiera metido encuentros variados con diferentes bichos, y algo más de lore de por medio. Como todo, a veces se me antoja que el autor es evasivo al dar explicaciones, y no por generar intriga para satisfacerla después. Las descripciones del terreno, que sí que abundan más, rozan un puro desdén; casi nadie (ni siquiera los de la expedición) se muestran en ningún momento maravillados o intrigados por qué es lo que hay ahora en esta parte del mundo. En la propia expedición se pasan más tiempo discutiendo la futilidad de la empresa y problemas religiosos o teológicos, que otra cosa.
Un punto clave de la historia, o eso me pareció entender, era que a pesar de ser una simulación corrompida por los virus metafísicos, todas estas nuevas interacciones entre especies y cosas de “mundos distintos” eran igualmente dignas de apreciar y preservar en el Archivo. Uno esperaría que la escritura del mundo fuese acorde e hiciera patente esta tesis, ilustrando a lo largo de la novela diferentes maravillas o cosas buenas que pueden originarse a raíz de un cambio grande e incontrolable en nuestras vidas. No encontrarás eso en este libro, o al menos no de manera muy palpable.
Entiendo que la humanidad (sobre todo el Occidente Blanco) está de luto por haber perdido a la otra mitad, pero todo lo que tiene que ver con el continente de Darwinia (cómo está escrito, las opiniones de todos, el lenguaje empleado, las metáforas e imágenes) está cubierto por una espesa capa de existencialismo que, aun siendo necesaria y disfrutable, se extiende demasiado y acaba eclipsándonos la visión de (y nuestro aprecio por) semejante trabajo de worldbuilding. Y lo que es peor: juega en contra de otros aspectos y mensajes de la propia obra.
Los personajes
Como no podía ser de otra manera, llegamos a los personajes: una parte central de escribir una historia, y quizá la más importante, pues no hay modo de construir una historia que nos embauque sin personajes que se sientan reales.
A esta novela le pasa lo que a muchas otras de la ciencia ficción. Los personajes se sienten vehículos para que la persona que la lea viaje de una escena a otra, viendo pasar las cosas. Hay muy pocos atisbos de una cohesión moral y emocional en los personajes. Supone demasiado trabajo la pirueta mental de entender que Guilford está lleno de contradicciones con respecto a su familia (echarlas de menos, no saber tratarla, ignorar a su mujer, aferrarse a ella cuando está perdido en Europa) porque es un anómalo de la simulación (irrevocablemente destinado a dejarlo todo atrás y luchar por un bien mayor que no comprende). Si esto está ahí intencionadamente, cosa que dudo, no se ve nada en claro.
Y hablando de familias. Guilford, como consecuencia de ser un anómalo, no envejece ni muere, llega a los cien años y llega a tener tres familias distintas. De las cuales se preocupa sólo cuando le conviene a la trama; yo sinceramente no puedo explicar cómo puñetas se casa tres veces, ni qué veían las mujeres en él. Lo cual dice mucho de cómo están escritas las pocas mujeres que hay (la novela es un campo de nabos y sin razón, y no pasa el test de Bechdel). La única que se salva un poco es la primera hija, que se hace mayor y acaba investigando el tema de la Simulación. Aunque no contribuye a nada importante. La otra familia está ahi para morirse (literalmente), en un sinsentido de cuarenta y ocho horas que transcurre veinte años después de la primera parte de la novela. No le vi la razón a que tuviera que perder su segunda familia; creía que había quedado claro ya lo mucho que lamentaba cómo había ido todo la primera vez. Y respecto a darle una advertencia de que los anómalos como él no deben echar raíces, podrían haberlo dejado en un susto y haberlo convertido en una decisión voluntaria. La contraparte de Guilford, su “yo” soldado caído de la 1a Guerra Mundial, aparece en momentos justos para hacer de expositor, discutirle al prota sus convicciones internas pero sin que parezca muy convencido, y hacerse el interesante diciendo que siempre piensa mejor cuando pasea. Y ya está.
Por mucho que dijera al principio que seguimos la historia de un segundo personaje, al final no tiene ninguna importancia. A lo largo de los capítulos, las historias del Guilford y Elias parecen inconexas, porque en efecto no tienen nade que ver la una con la otra. Al menos no hasta el final, cuando el primero mata al segundo (resultó estar poseído por un virus metafísico, ups) de un balazo sin más miramientos. Y para qué todo esto? Para enseñarnos la parte de los malos? De unos malos que, en propias palabras del autor, son “una vasta inteligencia carente de entendimiento”? Qué hay que enseñar de ellas? Se podría haber jugado con algún tipo de incongruencia o conflicto moral entre el objetivo inclemente y nihilista de los psiones y la vida de la víctima escogida para hacer de doble agente dentro de la simulación. Pero Elias es una persona estúpida, horrible, a la que no le importa nada, que se dedica a estafar a la gente con su clarividencia y a darse a los vicios. Es una persona aburrida a la que no le pasa nada. No tiene familia, no tiene vínculos con nadie, no tiene nada que perder. Pero tampoco nada que le importe. Le viene como un guante el rol que acaba teniendo, y precisamente por eso es malo. Porque la falta de asperezas previene cualquier comentario.
Luego tenemos una batería de gente que lo mismo da si se llaman de una manera o de otra, o si son de una fe o de otra, o de ninguna; lo mismo da si viven o mueren. Tanto en el bando de los buenos (todos, sin excepción, acaban muriendo sin que causen un impacto real ni en la trama ni en el lector), como de los malos (se nos presenta otro señor que se creía el rey del mundo y acaba literalmente pudriéndose en su despacho presidencial sin nadie que le compadezca, le mire, o reconozca su existencia. Espera, no, la hija del prota estaba ahí. Pero como si no hubiera estado.
El resumen es que todo acerca de los personajes (ellos en sí mismos; su riqueza emocional y de detalles que los hagan parecer humanos; sus convicciones, etcétera) es bastante inconsecuente. La trama va literalmente de un virus informático del universo y cómo combatirlo. Nada de lo que hagan tiene importancia. Y de nuevo, gimnasias mentales demasiado exageradas para llegar a esa conclusión de mierda.
En mi opinión…
Yo hubiera empezado la novela igual que empieza. Quizá con algo menos de narración y algo más de diálogo recreándonos la escena de los momentos antes y después del cambio. Hubiera metido más diálogo de Guilford con su familia, y más variedad en las descripciones de Darwinia. Quizás hubiera situado la historia ligeramente más tarde, más cerca de los treinta en lugar de los veinte, para haber dado tiempo a que se formasen algunos asentamientos y empezase a haber mayor proporción de gente con ganas reales de hacer vida en el nuevo viejo mundo. Gente que, bien personajes integrales o secundarios en ciertos momentos, avivasen el sentido de curiosidad y exploración que debía de haber tenido la expedición de Guilford. Hubiera añadido más criaturas al mejunje. Hubiera cambiado a Elias Vale por, yo que sé, una mujer madre de familia a la que todo le va bien hasta que un día empieza a oír las voces de un mosquito hiper inteligente que le dice que mate al Presidente. Hubiera mandado media tripulación de la expedición a tomar por saco con una fiebre tifoidea del jurásico, a otra mitad en una emboscada de bicharracos para-prehistóricos, y a la toa mitad en una guerrilla de Cartel parecido a como ocurre en la novela real. Hubiera mostrado a Guilford el horror de la Guerra sin haber pasado él mismo por la 1a Guerra Mundial, y que ésto )emociones y sentimientos compartidos) hubiera sido un nexo de contacto con su yo alternativo, y no una intervención divina. Hubiera explicado lo de la simulación en otro momento o de otra manera. Hubiera dejado vivir a la mujer y la hija, suficiente tiempo para que la mujer lo llegase a resentir por petardo indeciso y que se lo proyectara a la hija, de modo que ella tuviera una relación de estima/odio por su padre, y que sea ésto lo que alimente su pasión por Darwinia (intentar entender el continente para ver si así pudiera entender a su padre). Y en general le hubiera dado más espacio para respirar cuando lo necesitase. Si acaso rellenar ese espacio con detalles que le den más vida a esta ideaza de worldbuilding. Y que toda esta marabunta de problemas estuviera al servicio de un mensaje importante como: a pesar de cambios incontrolables, podemos continuar creciendo hasta aprender a apreciar cosas derivadas de dichos cambios.
En teoría lo correcto es valorar una obra por lo que es y no por lo que no llega a ser. Pero es que es difícil con Darwinia, porque todo es difícil con Darwinia. Una vez leí una historia más o menos corta llamada “El Planeta de los Dinosaurios”, y con ésa no tuve ningún reparo en juzgarla por lo que era (una cosa desfasada, que incluso en su propia época más misógina y retrógrada ya era mala). Pero Darwinia está en un punto delicado. Sobre todo por una cosa que he oído miles de veces a ensayistas de Youtube y que ahora que soy más mayor entiendo mejor que nunca: a veces criticas una cosa por aprecio; quizá no a toda la obra, quizá solo a una parte que haya resonado contigo. Pero es algo que sucede.
Y a mí me pasa con Darwinia, de nuevo, por su premisa. Otras historias que han trabajado con simulaciones no la plantean de la misma manera que lo que se buscaba aquí. Por mucho que en su día entendiese mal la sinopsis de detrás del libro, hubo algo que me seguía cautivando incluso cuando desperté del hechizo. Si acaso más aún. Por eso se me hace complicado rematar el tema en un tono completamente negativo. Así que, aunque me dejo cosas pendientes, me gustaría dejar el enlace de una crítica desde el punto de vista de la literatura canadiense, que creo que ilustra más otras cosas de las que no he hablado. (Tampoco es que haya muchas más revisiones grandes del libro, ni siquiera en GoodReads, porque no es tan bueno). Aparentemente hay paralelismos entre el sentimiento fronterizo de Darwinia y el sentimiento fronterizo del propio autor. (Lo cual no impide que el autor de esa crítica llegue a puntos parecidos a los míos).
Darwinia no es un buen libro. Darwinia no tiene una buena historia. Darwinia no tiene buenos personajes. Pero no se me va a olvidar Darwinia. Como decía al principio, a veces hay que leer cosas que no están bien hechas para aprender cómo NO hacerlo mal. Esto es lo único que me llevo de esta lectura. Que no es poco, viendo la de cosas que tenía que decir al respecto de un libro que, se supone, no me ha gustado.
Moraleja: consume contenido que no te supermegaencante! que se puede aprender a raiz de todo!