Hoy, veinticinco de julio de 2023, se cumplen veinte años desde el lanzamiento de Pokémon Rubí y Zafiro en territorio europeo. Aunque yo comencé la franquicia con los originales, Rubí y Zafiro guardan un lugar especial para mí por la de cosas que confluyeron ese verano.
A mis recién cumplidos diez años empezaba a tener un entendimiento un poquito mejor de cómo “funcionaba” el mundo, a desarrollar gustos propios, a encontrar música que me gustaba en la radio o CDs grabados (Incluyendo amalgamas como The Rasmus, Dragostea Din Tei, y Sonique), a leer libros de aventuras como los de Deltora. Estos veranos los pasábamos en un campo de unos tíos, bastante humilde y familiar, encarpetado en césped y lleno de árboles a los que subirme, con una gran piscina de las desmontables que era el centro de mis juegos e imaginación, y con una cabaña que nos hicieron a los críos y nos servía de base secreta. Como en el mismo Rubí!
Tanto tiempo hace que la memoria me falla más que antes, pero aún conservo vívidos recuerdos, casi fotográficos. Recuerdo pasarme meses esperando a que llegaran los juegos, pues ya los habían estado anunciando a bombo y platillo en la revista de Nintendo Acción. Recuerdo haber visto a Latios y Latias en una página japonesa una vez que fui con el cole a una excursión y nos dejaron usar internet. Tengo imágenes de tardes enteras a la sombra huyendo del calor y buscando una fuente de luz para ver la pantalla de la GBA; de que la primera vez que entré al Bosque Petalia era de noche y fui corriendo a buscar a alguien cuando encontré un Seedot y un Shroomish. De los iniciales y no tener ni que pensármelo cuando elegí a Treecko. Recuerdo también un póster enorme en A1, de toda la pokédex de Hoenn completa.
En su día, el salto a la GBA se me antojó como un salto tecnológico del calibre de los smartphones. Ver las imágenes de las rutas a todo color, con tantísimo verde, me sumergió en la inmersión del juego como una corriente que te arrastra en un día de olas, y disparó mi imaginación a niveles que no sospechaba. Empecé a soñar despierto con todos los rincones y caprichos del relieve del mapa de Hoenn. A dibujar mis propias rutas; a imaginar si había algo más en el fondo de todos los bosques y selvas, en el fondo de los mares. Cada vez que iba a la playa, empecé a pensar en si habría un Pilar Celeste, o algo que se le pareciera, perdido en la Bahía de Cádiz. Y ese sentido de exploración, esa curiosidad, esos ojos con los que empecé a ver mi mundo y los mundos que imaginaba, llegaron para quedarse. La comunión entre naturaleza y civilización de Hoenn, plasmada con esos tilesets de 16 bits, permeó en la forma y estilo de todos los subsecuentes proyectos de world-building en los que me embarqué. Hasta el punto de que, verano tras verano, me ha embargado siempre una sensación de nostalgia y añoranza que ha reverberado en todas las estéticas de mis proyectos: mundos salvajes, criaturas de lo más variopintas a cada cual más maravillosa; islas, muchas islas …. . Verano tras verano, hasta el día de hoy.
Años de intentos de ROM-hacking, en la época de edición de binarios; años de cuartillas y cuadernos de dibujos y documentos, aprovechando la cuadrícula para diseñar tiles o sprites; años jugando a historias como Quartz o Ruby Destiny. Y qué decir del mar de sensaciones que supuso revisitar esa generación en los remakes de 3DS… Pensaba que era único con estos y muchos otros sentimientos, pero a los años he visto que éramos muchos y que algunos han conseguido rendir tributo a esos sueños de la infancia. Y aunque todavía estoy lejos de presentar nada, me alegra mucho poder decir que en cierto modo soy parte de esos; pues toda esa batería de ideas, en forma de un proyecto de historia más o menos acabada (o más bien dicho, “atada”) forma parte de mis hobbies, de mi día a día como persona. Con sus más y sus menos, con sus altos y sus bajos, Hoenn (y mi propia Hoenn) han formado parte de quien soy. Son parte de quien soy.
Y acabo este recorrido sabiendo que, como yo, much@s otr@s seguirán teniendo pequeños momentos, día sí y día no, en los que algo (una imagen, unas palabras, un olor quizá a piscina, o a brasas, o a la hierba cortada) les hará parar un segundo, echar la vista atrás, y recordar la ruta 120, los arrecifes submarinos, Ciudad Portual o Calagua, o las Cascadas Meteoro, junto con los propios mundos de cada uno. Manteniendo viva la inexplicable e infinitamente explorable llama que conforman nuestros sueños más tempranos, más intensos, más puros.
Y con este pasaje me despido por hoy. Tengo ganas de ver qué pienso en otros cinco, diez, o veinte años. Y sobre todo, de ver en qué otras cosas me ha seguido impactando.
Y por cierto, Flygon era el mejor.