Hace cinco años y un par de meses, en unas clases de la Uni, tuve el placer de conocer a una de esas personas que son inexistentes para ti hasta que das con ellas, te enseñan (o aprendes) a ver o hacer las cosas de una manera que jamás se te había ocurrido y eventualmente supone, en mayor o menor medida, un antes y un después en tu vida.
Durante el tiempo que estuvimos reunidos con él no paré de acordarme de todas aquellas reflexiones que dejé aquí y allá por internet, o en mis cuadernos y folios esparcidos por mi casa, en las que me cuestionaba a mí mismo, a mi identidad, a mis defectos… realmente, revivir aquello me hizo ver claramente que las cosas han cambiado mucho desde aquel entonces. Probablemente fue una de las primeras veces en las que me di cuenta de que ya no era el mismo niño con problemas de autoestima y sin ningún tipo de frontera moral con las personas.
Pero hay cosas que, sin cambiar en esencia, se transforman. A menudo son detalles muy propios de las personas: cabezonería, cosas que se dan por sentado desde pequeño… lo que era una falta de autoestima se transforma en inseguridad en los progresos y logros en el trabajo, lo que era curiosidad por tener a alguien en tu vida se transforma en llenar un vacío emocional a base de hacer cosas que no te gustan con gente que no te gusta; lo que era una impaciencia y un sentimiento de no saber qué hacer ante situaciones que nos superan se convierte en un desdén y un cinismo por estilo de vida.
Para esto hay que procurar hacer ejercicios de autoconocimiento que conviene no perder nunca, algo así como una revisión rutinaria de la ITV, pero de la cabeza. Esto no sólo nos reafirma la identidad y nos permite arrojar luz un camino que hayamos perdido, también nos permite ver qué cosas hemos de seguir trabajando. En esa sesión de la Uni, esta persona nos propuso elaborar una lista de los valores que más apreciamos de nosotros mismos. Creatividad, asertividad, altruismo… y curiosamente se me quedó descolgado el respeto. “Algo va mal”, pensé cuando me di cuenta de ello. Conforme avanzamos en la charla, nos propuso hacer una lista de metas alcanzables en nuestra búsqueda de hacer las cosas mejor, valiéndonos de esos valores que tenemos o que aspiramos conseguir. Y lo vi claro (o eso creí yo). A partir de aquel entonces, me propuse luchar activamente por hacer del respeto hacia los demás el primer valor, si no el más importante, de todos los que me definen como persona. Y lo que es más importante, actuar siempre acorde a dichos valores con las personas.
En aquel entonces no caí en la cuenta, y evidentemente años después ha ido pasando factura: yo también soy persona. Dicho de otro modo, yo también he de ejercer respeto por mí mismo como persona. Para alguien como yo, mostrarse respeto a uno mismo no es sencillo porque implica mediar con inseguridades, con verdades que no nos gustan, y con cosas que, en general, necesitan trabajo personal.
Quizás, ahora que siento que he vuelto a reconectar conmigo mismo después de mucho tiempo en babia, es esto lo que explica por qué me siento como me siento ante muchas de las cosas que han pasado en estos años.
Aunque, respecto a eso, hace no mucho leí que estar en desacuerdo contigo mismo en algunas cosas que hiciste o decidiste en el pasado son señal de haberte desarrollado como persona. Y a fin de cuentas de eso se trata todo lo que he estado contando.