En añadido a todo lo que supuso mi periplo con aquella memoria, no sólo aprendí cosas nuevas en lo referente a mi trayectoria y los objetivos de mi vida, también pude rememorar y entender de nuevo lo que supone redactar un buen documento.
En muchas de mis publicaciones, tal y como comentaba en la entrada anterior, sólo buscaba hacerme unos apuntes personales o no tenía la madurez suficiente para desarrollar un estilo de escritura sólido, con lo que en mis intereses entraba más el escribir para mí mismo. Pero no es lo mismo hacer ésto que tener que redactar en un espacio limitado toda una batería de sucesos, pensamientos y convicciones.
Me rodeé de un séquito de fieles allegados a los que pedí consejo desde el momento 0, antes siquiera de escribir la memoria, cuando aún andaba liado con el resumen de mi vida. Aquel primer documento extenso me sirvió para reordenar las cosas en la cabeza, pero sabía claramente que su posterior traslado al papel por mi parte quedaría demasiado sesgado por mi opinión. Por eso, pedí a algunos amigos y viejos compañeros de aventuras si por favor podrían echarle un ojo con su mirada más crítica a cada avance o corrección que hacía en la memoria.
Con esta peculiar petición de no dejar que el aprecio cegase la crítica, buscaba alejarme de toda subjetividad y que el proceso de depurado se centrase única y exclusivamente en la mejora de aquel producto. No por nada, el tribunal encargado de leer dicho escrito ni siquiera conocería mi cara y mis características, de modo que aquello debía reflejar exactamente (y perfectamente) quién era yo para que la persona que lo leyese pudiera conocerme por completo, aunque jamás hubiese escuchado de mí.
Y así fue. Tras hacer varios bocetos en distintas hojas acerca de cómo podía estructurar la memoria (en forma de flechas y palabras que iban de aquí y allá en una caprichosa unión de recuerdos, acontecimientos, conceptos clave de mi personalidad…), me decanté por un par de ideas centrales (cómo quería que fuese tal o cual parte de la memoria). Sobre ellas empecé a pensar cómo podría plasmar las distintas cosas que había sacado en claro del resumen vital que había estado haciendo semanas atrás; y, con la ayuda del método snowflake o copo de nieve, que nunca había probado (el cual no usé en la entrada anterior y para esta sí), me centré en las ideas principales que quería mencionar y sobre ella fui haciendo párrafos independientes que empecé a conectar. Tenía claro que mi trayectoria tenía que ser integral. He estado leyendo mucho acerca de la filosofía de algún que otro emprendedor excéntrico revolucionario, y muchos de ellos coincidían en llevar una vida entendida holísticamente (todo lo que hacían o habían hecho tenía influencia o contribuía en el objetivo principal y en el resto de aspectos), al tiempo que ofrecían “productos” en sistemas integrados en los que todo era claramente definible e identificable. Estas ideas resultan atractivas no sólo por el acabado final, sino porque transmiten una sensación de seguridad y certeza que permiten destacar fácilmente: la gente puede definirte, identificarte, acotar tu marco de acción y poner en palabras tu historia, lo cual facilita llegar al fondo de más gente. Así que tenía por delante la tarea de contar en una carta todo aquello que me definía a mí y a mis circunstancias sin dejarme, en el sentido de integrar, ningún detalle en el tintero.
Las primeras versiones eran de risa. Intenté sin éxito emular el estilo directo y escueto que tanto le servía a muchos para captar la atención, pero lo único que conseguí con ello fue fragmentar mi memoria en unos quince párrafos pequeños. Un suicidio de solicitud en forma del más esquelético de los cuerpos de texto que puedan imaginarse. Poco a poco, fui consciente de cómo aquello estaba transmitiendo una idea muy peligrosa de “desconexión” entre cada acontecimiento importante allí plasmado. Por extensión, había fragmentos que llegaban a resultar repetitivos, y el estilo de frase corta en el que tanto se me había insistido como atrayente al público hacía parecer que el B2 de inglés me lo habían regalado en una rifa de feria. Seguí así durante unos días, determinado a dominar por completo ese estilo de frase corta y con gancho; y con el tiempo fue cobrando forma. Pero aún así, seguía siendo criticable fácilmente.
Me sorprendió mucho, respecto a la temática, que más de uno me aconsejase explicar parte de mis circunstancias personales. Inicialmente, había creído que tratar esos temas en una memoria podía hacer ver algún tipo de “debilidad” o incapacidad de separar lo profesional de lo personal; cuando, en el fondo, podía aprovecharlo para precisamente hacer ver cómo había sido capaz de reponerme, retomar el rumbo de mi trayectoria académico-profesional y haber llegado a buen puerto. El caso es que finalmente me decanté a dejar caer cómo hubo ciertos cambios en mis circunstancias personales que me hicieron valorar mi situación, mis recursos, y mis habilidades, y orienté bastante parte del cuerpo de la memoria en torno a la importancia de haber sabido ir a más.
Cuanto más consejos escuchaba y más revisiones pedía a la gente, más me alejaba de mi forma de escribir original. Mi obsesión por agradar al estilo ajeno, creyendo que estaba siguiendo críticas de forma objetiva, realmente acercaba mi producto más a su subjetivismo que lo alejaba de cualquiera. Ni siquiera a mí mismo me acababa gustando, con lo que rendía cada vez menos y las versiones últimas se diferenciaban entre sí en el orden de párrafos (lo cual evidenciaba la falta de conexión que seguía existiendo). Para más inri, iba muy, muy justo de palabras (el límite eran 1300), lo cual me dificultaba exponer todo en frases cortas y no daba una buena imagen de mí como alguien con capacidad de síntesis. Estuve muy agobiado durante un día entero, y decidí no mirar nada de la carta, ni preguntarle a nadie, durante el día siguiente.
Fue lo mejor que pude hacer. tras ese día de tranquilidad, me dirigí a nuevos críticos y les presenté lo que llevaba hecho. Para mi sorpresa, hasta yo mismo encontraba fallos y tonterías, y al resto le parecía que iba cobrando mucho mejor aspecto. El culmen de este proceso de curación llegó de la mano del testimonio de otra persona que ya ha hecho memorias de este estilo, y que me comentó extrañado por qué el uso de tanta frase corta. Su apoyo me impulsó a reescribir párrafos enteros en un estilo completamente personal, de frases algo más largas y que permitían conectar mejor las ideas, que me sonaba mucho mejor y con el que me desenvolvía mejor a la hora de explicar cosas.
El resultado final fue una memoria de párrafos de un grosor lo suficientemente grande como para denotar importancia y peso en el texto, pero lo suficientemente espaciados para dejar respirar la lectura. No se parecía en nada a aquello con lo que empecé. No había estado tirando el tiempo: el resumen de mi vida había puesto sobre la mesa el material del que disponía, el método snowflake me había ayudado a vertebrar el texto, y el continuo proceso de reedición había ido aderezando el resultado con resultados prometedores en aquellas partes que parecían más encaminadas a atraer al ojo lector. Pero en el fondo, el cuerpo de la carta era mi porpia historia, contada por mí:
Comencé el texto con unas líneas de corte subjetivo donde daba a entender que la biología está a punto de dar otro gran salto, motivado por explicaciones y respuestas que surgirían de la integración de todos los campos que aún se resistían a encajar. Pero que para este salto aún hace falta algo, algo como gente con esta capacidad de visión global, motivada e interesada en dichos campos. Estudiando ciencias naturales vi muy claro que me interesaba por qué había tantas cosas sin respuesta. El ritmo de mi inquietud se vio mermado, tristemente, por mi incapacidad de encauzar adecuadamente mi vida personal, la cual permití que interfiriese en mis planes de futuro.
Cuando todo cambió, aproveché mi gran crisis para tomar las riendas de mi vida y exprimir al máximo lo que supone experimentar el paso por un punto de inflexión tan grande. Todo acabó bien, porque estoy allá adonde me propuse llegar gracias a un continuo enlace de eventos como todos los sitios en los que estuve o asistí, y todas las decisiones que tomé. Recientemente leí un libro (del que hablaré) que dejaba muy claro cómo de importante es trazarse un camino donde puedas encajar todo lo que decidas hacer de forma que contribuya a una meta final.
Así que, dicho todo aquello, quedaba claro que yo me presento a mí mismo como alguien lo suficientemente motivado y con ganas de aprender como para contribuir durante mi carrera científica a ese gran salto que permitirá mejor conocer las raíces más profundas que conectan campos tan dispares como la biología evolutiva y el cáncer. Y que (algo siempre a mencionar) la plataforma en la que estaba aplicando era la mejor opción a considerar para recibir financiación en esta parte de mi trayectoria.
Dicho y hecho. Me sobraron unas cien palabras al final, con las que pude jugar para acabar con alguna que otra frase ganchosa del estilo pregunta abierta. Y pude entregarla a tiempo.
Todavía no sé los resultados. Ante estas situaciones, siempre tiendo no a pensar negativamente, sino a buscar planes alternativos en caso de que no pueda ser de esta manera. Con el tiempo me avisarán. En cualquier caso, todo el proceso que me he tomado el tiempo de detallar aquí ha sido, tal y como queda evidenciado, una grandísima experiencia a la hora de redactar para venderte. Te ayuda a definirte, a darle sentido al momento de tu vida en el que te encuentras, y te permite practicar cómo puedes mejorar la imagen que transmites de ti mismo a un tercero, para cuando te sea necesario. En resumen, he hecho de esto mismo algo a lo que sacar provecho, independientemente del resultado.
Se me va a oír mucho hablando de aprovechar oportunidades y integrar todo. A fin de cuentas, lo he convertido en la gran baza de esta etapa de mi vida.