Esta madrugada volvía en avión pensando en el tiempo que llevo dejando pamplinas por internet. Han pasado más de siete años desde que empecé el blog, y en los principios tenía una malsana obsesión por publicar cosas. A decir verdad, en lo que a mi vida respecta poco había que contar en aquel entonces, y más bien me dedicaba a recopilar datos y cosas y hacer de este sitio una especie de bitácora de apuntes de cosas que me interesan. De cuando en cuando me vuelve a dar la vena de hacer aquello, pero para nada sigo en la misma línea.
Y la gracia es que ahora sí que considero que hay cosas de las que hablar. Pero, precisamente, cuantas más cosas te pasan y más te ocupas menos te vienen las ganas de sentarte a contarlo. No voy a darme el sermón a mí mismo de por qué hacemos o dejamos de hacer eso; ni viene al caso ni es de incumbencia de nadie que pueda acabar aterrizando aquí. El noventa y nueve por ciento de las veces simplemente es que no me da la gana de sentarme a escribir como estoy haciendo ahora, y el uno por ciento restante lo dedico a postear absurdeces o fragmentitos en otras plataformas, en las que sí que soy bastante más activo.
Es en twitter donde llevo unos días quemando al personal con el tema que me ha traído de cabeza este último mes. Para quien aún no lo sepa soy biólogo, y comienzo la tesis doctoral en cuestión de meses; y, como viene siendo hora a mi edad, conviene empezar a pensar cómo independizarse económicamente del todo. Por esta razón existen un sinfín de becas que plantean buenas opciones remuneradas, y yo he tenido que irme a la más exigente de todas. No me interesa entrar en más detalles, pero en su formulario de solicitud se pide redactar una especie de “memoria” donde te explayes sobre tu vida y tus aspiraciones. Más americano imposible.
Y al mismo tiempo, aunque no por lo americano, más yo imposible.