Casi todos los domingos al final de la semana paso por una tarde como ésta, pero hoy en especial quiero aprovechar este día para compartir algo que a veces creo que se nos escapa de la mira para lo importante que puede llegar a ser.
Se nos escapa muchas veces el recordar que tenemos que quedarnos con lo bueno, de lo que nos pase y de la gente que ha pasado por nosotros, que para algo memorable que pueda ocurrir en cada etapa bastante indigno sería emborronarlo con las cosas que no salieron bien, que no acabaron bien, que ni siquiera llegaron a comenzar, y sobre todo que ya se quedaron atrás. Recordar que todo lo que nos pasa y todos los que pasan por nosotros siempre, siempre te enseñan algo, cuando no te dejan una parte de ellos contigo.
Porque al final lo que verdaderamente determina si estamos a gusto con nosotros mismos es la capacidad de saber aprovechar cada cosa que nos ocurra. Y que no suene a algo barato. Literalmente, de verle algo no ya bueno o bonito a cualquier contratiempo, sino útil o de valor. De poder, usando ésto, convertir nuestra opinión acerca de cualquier cosa que nos pase. En la habilidad de que, al final del día o de la etapa que sea, nuestra opinión no pueda ser otra que “no me podría haber ocurrido de mejor forma”, y de poder decirlo pudiendo creértelo y sin que hagan falta razones para explicarlo (porque una vez empiezas todas las razones vienen solas).
Es ahí donde está la virtud.